a) Dar testimonio de Jesús.
Fuente: https://youtu.be/2yP_lAgG0xQ
¿Qué implica ser discípulo de Jesús?
La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. El que está lleno del Espíritu Santo habla diversas lenguas. Estas diversas lenguas son los diversos testimonios que da de Cristo, como por ejemplo la humildad, la pobreza, la paciencia y la obediencia, que son las palabras con que hablamos cuando los demás pueden verlas reflejadas en nuestra conducta. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. Cesen, por favor, las palabras y sean las obras quienes hablen. Estamos repletos de palabras, pero vacíos de obras, y por esto el Señor nos maldice como maldijo aquella higuera en la que no halló fruto, sino hojas tan sólo. En vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana el que la contradice con sus obras.
Pero los apóstoles hablaban según les hacía expresarse el Espíritu Santo. ¡Dichoso el que habla según le hace expresarse el Espíritu Santo y no según su propio sentir! Porque hay algunos que hablan movidos por su propio espíritu, roban las palabras de los demás y las proponen como suyas, atribuyéndolas a sí mismos. De estos tales y de otros semejantes dice el Señor por boca de Jeremías: Aquí estoy yo contra los profetas que se roban mis palabras uno a otro. Aquí estoy yo contra los profetas -oráculo del Señor- que manejan la lengua para echar oráculos. Aquí estoy yo contra los profetas de sueños falsos -oráculo del Señor-, que los cuentan para extraviar a mi pueblo, con sus embustes y jactancias. Yo no los mandé ni los envié, por eso son inútiles a mi pueblo -oráculo del Señor-.[1]
Para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan —decíamos recientemente a un grupo de seglares—, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio" (67). San Pedro lo expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa, para que si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta (68). Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y desapego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra de santidad (EN 41) [2].
[1] Oficio de Lectura, 13 de Junio, San Antonio de Padua, presbítero y doctor de la Iglesia. La palabra tiene fuerza cuando va acompañada de las obras. http://www.catolico.org/biblia_y_liturgia/oficio_lectura/fechas/junio_13.html
[2] http://archimadrid.es/aseglar/documentos/SANTA%20SEDE/EVANGELIINUNTIANDI.pdf
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Una persona evangelizada, que ha tenido un encuentro personal con el señor y ha reavivado el Don del Espíritu, se convierte en un testigo de Jesús para los demás. Un testigo de Cristo es el que ha tenido un encuentro auténtico y vivo con el señor y vivo con el Señor resucitado y ha experimentado, por la entrada de Jesús en su vida, salvación, liberación y vida nueva.
“El que ha sido evangelizado, evangeliza a su vez. He aquí la prueba de la vida, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”[1].
Dar testimonio y anunciar la Buena Nueva es la vocación fundamental del cristianismo. Este es el encargo que Jesús dio a sus Discípulos, en vistas a la extensión y construcción del Reino de Dios. De ahí que:
b) Convertirnos en testigos con poder
Fuente: https://youtu.be/HXimdtUayyI
Pablo de Tarso
“El que ha sido evangelizado, evangeliza a su vez. He aquí la prueba de la vida, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”[1].
Dar testimonio y anunciar la Buena Nueva es la vocación fundamental del cristianismo. Este es el encargo que Jesús dio a sus Discípulos, en vistas a la extensión y construcción del Reino de Dios. De ahí que:
- “La Buena Nueva debe ser proclamada, en primer lugar, mediante el testimonio” (Evangeli Nuntiandi 21).
- “Todos los cristianos están llamados al testimonio y en este sentido, son verdaderamente evangelizadores. El testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello el gesto inicial de la evangelización”
- Para que nuestro testimonio sea fecundo necesitamos primero vivir antes que hablar. Y los demás necesitan ver antes que oír. Si se nota lo que vivimos, los propios hechos hablarán por nosotros. Si no se nota, de nada sirve las palabras.
- “El más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado, -lo que Pedro llamo dar razón de vuestra esperanza- explicitado, por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la Palabra de vida” (Evangeli Nuntiandi 22)
- “Os digo que si estos callan, gritaran las piedras” (Lucas 19,40)
- “No podemos nosotros dejar de comunicar lo que hemos visto y oído” (Hechos 4,20)
- Para evangelizar se necesita testigos auténticos de un Cristo vivo que ha salvado al hombre entero y a todas su situaciones.
- El testimonio y el anuncio evangelizador sólo será posible si el Espíritu Santo actúa eficazmente en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por El. Por más auténtico y valedero que sea el testimonio, no penetra en el corazón y no transforma si no está apoyado y si no es expresado en el Poder del espíritu.
- El espíritu Santo, como poder de Dios es la condición indispensable para dar testimonio del Señor resucitado y para cumplir la misión de anunciar la Buena Nueva.
- “Con la palabra y con obras, con la fuerza de signos y prodigios en el poder del Espíritu” (Rom 15,19)
- “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda criatura” (Marcos 16,15)
- El que ha sido evangelizado, Evangeliza y a su vez. Da testimonio y anuncia. Es testigo con poder del Señor resucitado.
- “Ve y comunica lo que el señor ha hecho contigo” Lucas 8,39
- “Los haré pescadores de hombres…” (Permanecer y perseverar) (Mateo 4, 19)
[1] Pablo VI (1975)Evangeliii Nuntiandi.
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La Santa Iglesia católica, que es el Cuerpo místico de Cristo, consta de fieles que se unen orgánicamente en el Espíritu Santo por la misma fe, los mismos sacramentos y el mismo gobierno[1].
En este cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa, pero real. En efecto, por medio del bautismo nos identificamos con Cristo: todos fuimos bautizados en un mismo Espíritu para ser un solo cuerpo (1 Co 12, 13).
Pero como todos los miembros del cuerpo humano, aunque muchos, forman un solo cuerpo, así los fieles en Cristo. El mismo Espíritu personalmente con su fuerza y con la íntima conexión de los miembros, da unidad al cuerpo y así produce y estimula el amor entre los creyentes. Por eso si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con el (cf. Cor 12, 26).
Todos los miembros tienen que transformarse en Él hasta que Cristo se forme en ellos. Cristo ama a la Iglesia como a su esposa. Él se convirtió en modelo de hombre que ama a su mujer como a su propio cuerpo (cf. Ef 5, 25-28); la Iglesia, por su parte, obedece a su cabeza[2].
El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Cor 10, 17). (LUMEN GENTIUM 3).
Este es el concepto portador de la novedad cristiana, la Iglesia Cuerpo de Cristo por la unción del Espíritu Santo. Esta imagen es propia de san Pablo (cf. 1Co 6, 12-19; 10,14-22; 1Co 12, 12-30 y Rm 12, 3-8), y la usa especialmente al tratar de la capitalidad de Cristo en la Iglesia y en la humanidad. La Iglesia-Cuerpo de Cristo pone de relieve la configuración de los miembros con su cabeza, la unión indisoluble y vital entre Cristo y la Iglesia.
Toda la novedad del nuevo Pueblo está en Cristo mismo y en la incorporación a Cristo. Los hombres llegan a ser el Pueblo de Dios siendo cuerpo de Cristo. Por ello, Jesucristo hace partícipe a su cuerpo místico de la unción del Espíritu con la que el mismo fue ungido por el Padre. El Espíritu Santo es el principio vital de una unidad de la unidad de la Iglesia.
La incorporación a Cristo en su cuerpo participando de la plenitud de gracia de su humanidad ungida por el Espíritu Santo: esa humanidad de Jesús consagrada por la unción es el camino por el que el Padre y el Hijo hacen donación del Espíritu eterno en la Iglesia. Por lo demás, la necesaria distinción entre Cristo y la Iglesia viene asegurada con otra idea paulina: la Iglesia es esposa que Él se adquirió pura y sin mancha hasta los desposorios definitivos (Ef 5, 21ss). (Diccionario de Teología).
Si pues, con razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que mediante signos sensibles, se significan y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el cuerpo de Cristo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no iguala ninguna acción de la Iglesia[3].
Todos reunidos en el Pueblo de Dios y formando el único Cuerpo de Cristo bajo la única Cabeza, estamos llamados, como miembros vivos, a procurar el crecimiento y santificación incesante de la Iglesia con todas sus fuerzas, recibidas por favor del Creador y gracia del Redentor (LUMEN GENTIUM 33).
c) Formar el Cuerpo de Cristo
La Santa Iglesia católica, que es el Cuerpo místico de Cristo, consta de fieles que se unen orgánicamente en el Espíritu Santo por la misma fe, los mismos sacramentos y el mismo gobierno[1].
En este cuerpo, la vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa, pero real. En efecto, por medio del bautismo nos identificamos con Cristo: todos fuimos bautizados en un mismo Espíritu para ser un solo cuerpo (1 Co 12, 13).
Pero como todos los miembros del cuerpo humano, aunque muchos, forman un solo cuerpo, así los fieles en Cristo. El mismo Espíritu personalmente con su fuerza y con la íntima conexión de los miembros, da unidad al cuerpo y así produce y estimula el amor entre los creyentes. Por eso si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con el (cf. Cor 12, 26).
Todos los miembros tienen que transformarse en Él hasta que Cristo se forme en ellos. Cristo ama a la Iglesia como a su esposa. Él se convirtió en modelo de hombre que ama a su mujer como a su propio cuerpo (cf. Ef 5, 25-28); la Iglesia, por su parte, obedece a su cabeza[2].
El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo (cf. 1 Cor 10, 17). (LUMEN GENTIUM 3).
Este es el concepto portador de la novedad cristiana, la Iglesia Cuerpo de Cristo por la unción del Espíritu Santo. Esta imagen es propia de san Pablo (cf. 1Co 6, 12-19; 10,14-22; 1Co 12, 12-30 y Rm 12, 3-8), y la usa especialmente al tratar de la capitalidad de Cristo en la Iglesia y en la humanidad. La Iglesia-Cuerpo de Cristo pone de relieve la configuración de los miembros con su cabeza, la unión indisoluble y vital entre Cristo y la Iglesia.
Toda la novedad del nuevo Pueblo está en Cristo mismo y en la incorporación a Cristo. Los hombres llegan a ser el Pueblo de Dios siendo cuerpo de Cristo. Por ello, Jesucristo hace partícipe a su cuerpo místico de la unción del Espíritu con la que el mismo fue ungido por el Padre. El Espíritu Santo es el principio vital de una unidad de la unidad de la Iglesia.
La incorporación a Cristo en su cuerpo participando de la plenitud de gracia de su humanidad ungida por el Espíritu Santo: esa humanidad de Jesús consagrada por la unción es el camino por el que el Padre y el Hijo hacen donación del Espíritu eterno en la Iglesia. Por lo demás, la necesaria distinción entre Cristo y la Iglesia viene asegurada con otra idea paulina: la Iglesia es esposa que Él se adquirió pura y sin mancha hasta los desposorios definitivos (Ef 5, 21ss). (Diccionario de Teología).
Si pues, con razón se considera la liturgia como el ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que mediante signos sensibles, se significan y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación del hombre y, así, el cuerpo de Cristo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público. Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de Cristo sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no iguala ninguna acción de la Iglesia[3].
Todos reunidos en el Pueblo de Dios y formando el único Cuerpo de Cristo bajo la única Cabeza, estamos llamados, como miembros vivos, a procurar el crecimiento y santificación incesante de la Iglesia con todas sus fuerzas, recibidas por favor del Creador y gracia del Redentor (LUMEN GENTIUM 33).
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