Durante 400 años los israelitas vivieron en Egipto sin mayores problemas. Aquí empezaron a llamarse hebreos (que significa extranjeros). Los egipcios al ver que los hebreos se multiplicaban mucho y no se mezclaban con la gente del lugar, empezaron a perseguirlos, sospechando que algún día pudieran causar problemas a la nación, como por ejemplo apoyando alguna invasión extranjera.
Los obligaron a trabajar como esclavos y les ordenaron matar a sus hijos varones recién nacidos, echándolos al río Nilo.
“El pueblo de Israel sufría bajo esclavitud. Gritaban y su clamor llegó hasta Dios. Oyó Dios sus lamentos, y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios con bondad a los hijos de Israel, y los atendió” (Ex 2,23-25).
Moisés era un hombre perteneciente al pueblo de Israel. Dios lo había salvado de las aguas del río Nilo y después de muchos problemas fue a parar a la península del Sinaí.
Pues bien, encontrándose lejos de su tierra, Dios le habló, invitándolo a regresar a Egipto para pedir al faraón que dejara libre al Pueblo de Israel. El faraón no le hizo caso, hasta que Dios lo castigó de muchas maneras. Enviándole plagas.
2. Dios Libera a su Pueblo: Plagas, Pascua y Salida.
¿Cuáles son las instrucciones de la cena de pascua?
Encuentrelas en este video
El último castigo fue la muerte de todos los primogénitos de los egipcios, desde el hijo del faraón hasta el hijo del más humilde habitante de Egipto. Se salvaron solamente los hijos del pueblo de Israel, porque, que sus casas estaban señaladas con la sangre del cordero, según lo que había mandado Yahvé.
Los israelitas hablaban una lengua que se llama: "hebreo" y para decir PASO, decían PASCUA. Todos los años celebraron los israelitas la fiesta de PASCUA. Así se acordaban de las maravillas que Dios había hecho con ellos. Se acordaban del paso de Dios castigando a los egipcios; del paso de los israelitas por el mar rojo y por el desierto, con la ayuda de Dios. Dijo Dios: Habla en la reunión de los hijos de Israel, y diles: "Escoged un corderillo y ofrecerlo en sacrificio a Dios, al atardecer." "Con su sangre marcaréis la puesta de la casa; y esa misma noche os lo comeréis asado al fuego." "La sangre en vuestras casas será la contraseña."
Después de la muerte de los primogénitos y tras celebrar la cena pascual, los israelitas salieron de Egipto.
Moisés los guió hacia la tierra del Sinaí. “Yahvé iba delante de ellos señalándoles el camino de día iba en una columna de nube; de noche en una columna de fuego” (Ex 13,21). Después que el Pueblo de Israel se fue de Egipto, el faraón se arrepintió y mandó los soldados para que los hicieran regresar. Entonces Dios abrió las aguas del Mar Rojo para que pasaran los Hijos de Israel; llegando los soldados del faraón, se cerraron otra vez y murieron todos los soldados (Ex 14,19-31).
3. El Paso del Mar Rojo

Llegado el momento de partir, el pueblo emprende entusiasta su marcha hacia la libertad (Ex 13, 18-22). Dios se hace visible en medio de su pueblo por una nube.
Pero el Faraón se arrepiente de haberlos dejado ir, privándose de sus servicios, y sale en su persecución (Ex 14, 5-8). Entonces trató de arrebatar la libertad que él no había concedido. Convocó a sus guerreros, enganchó los carros y se lanzó a la persecución de los hebreos.
Mientras tanto, Israel había acampado frente al mar de las Cañas. Delante de ellos, el camino estaba cerrado. A sus espaldas, una creciente nube de arena delató al ejército egipcio que se acercaba con carros y caballos, espadas y caballeros. ¿Qué puede hacer Israel? Parece que solamente tiene una alternativa: morir a mano de los egipcios o sucumbir en las aguas del mar. El ejército egipcio infunde miedo a los israelitas, pero Dios les respalda y les pide confianza (Ex 14, 11-14).
Cuando las esperanzas humanas desaparecen, Dios reafirma su voluntad salvífica. Esto se ha de repetir tanto en la Historia de la Salvación, como en nuestra propia historia. Esta es la fe que siempre precede al milagro. ¡Y el milagro se dio! No sabemos cómo sucedió; mas por la fe, atravesaron el mar Rojo como por tierra seca y se salvaron. El mar se vuelve entonces camino seguro para los israelitas y sepulcro para los egipcios. (Ex 14, 21-22.27).
Aunque no lo narran de la misma manera, los diversos relatos bíblicos concuerdan en afirmar que hubo un acontecimiento providencial cuando llegaron al mar los hebreos, perseguidos por los egipcios. Que haya sido un viento fuerte, un maremoto o la subida de la marea, o simplemente la Palabra de Dios, eso no importa mucho, hasta cierto punto. Lo principal es que sucedió algo. Un acontecimiento que se convirtió en signo de la presencia protectora de Yavé, del cual nació la fe. (Ex 14, 31).
Hasta el Éxodo no existía la experiencia real de un Dios que se relaciona con el hombre para salvarlo, es decir: la experiencia del Dios Yavé. Y esta experiencia es muy distinta de la de las otras religiones egipcias o mesopotámicas, cuyos dioses, por estar ligados a lugares o a fuerzas de la naturaleza, pueden ser controlados por el hombre haciendo ritos o sacrificios o templos que contenten a esos dioses.
El Dios de Israel, por el contrario, se experimenta como un Dios totalmente distinto, vinculado a las personas. Un Dios que se preocupa por los hombres y se hace presente en la historia. Un Dios que lleva la iniciativa y no puede ser manipulado. Un Dios que no es neutral. Un Dios que toma partido a favor de unos y en contra de otros. Así pues, lo fundamental de la experiencia de la fe de Israel es el descubrimiento de un Dios no dominado por los hombres ni por los ritos, un Dios sin necesidad de templo, comprometido con los hombres, compañero de camino, activo y liberador.
Para aquel puñado de gente desorganizada, el éxito de la huida fue una experiencia extraordinaria de liberación. Puede ser que unos cuantos carros de guerra de algún destacamento fronterizo egipcio se vieran trabados y hundidos en alguno de los pantanos al norte del Mar de las Cañas. Para los fugitivos se trataba de una victoria de su Dios que había luchado por ellos.
El Faraón y su poderoso ejército fueron sepultados en la misma tumba que ellos tenían preparada para el pueblo de Dios. En el mar de las Cañas, más conocido como mar Rojo, Dios liberó definitivamente al pueblo hebreo del dominio egipcio. Las mismas aguas son perdición para quien se opone a los designios divinos; o trata de detenerlos. El mismo elemento es susceptible de convertirse en vida o muerte. Depende de la disposición con la que se le aborde.
La Biblia nos transmite un canto que expresa la alegría y el júbilo del pueblo por haber obtenido la liberación. (Ex 15).
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4. El Desierto
La intervención de Yavé abrió la frontera del mar, pero antes de ser plenamente libres debían sentir el desencanto y la prueba del desierto, además de consolidarse ahí la conciencia religiosa del pueblo. Durante 40 años el Pueblo de Israel vivió en el desierto (Dt 8,2), meditando la Ley de Dios y preparándose para la conquista de la tierra prometida.
La marcha por el desierto supone cambiar el cautiverio por la libertad. Se asocia el desierto al itinerar errante hacia la libertad. Yavé se deja encontrar en la soledad del desierto más que en el bullicio de la ciudad. El desierto en la Biblia es expresión de soledad, tinieblas y aridez, oscuridad, inseguridad, caos original, habitáculo de demonios y bestias salvajes, tierras terribles y expresión de muerte.
En este desierto Dios acrisola la fe de su pueblo; por eso el desierto será paradójicamente un signo de bendición. La marcha por el desierto está jalonada por las murmuraciones de Israel: contra la sed, contra el hambre, contra los peligros de guerra. El pueblo prefería la mezquina seguridad del cautiverio a la zozobra de la libertad. Echaba de menos las pequeñas comodidades de la vida ordinaria.
En medio de las pruebas e infidelidades de Israel, siempre prevaleció la misericordia de Dios sobre la inconstancia del pueblo. Los profetas Oseas y Jeremías presentan el desierto como los días de noviazgo y de las bodas, cuando se realizaron las relaciones ideales entre el Señor y el pueblo.
La experiencia del desierto es un momento excepcional para depurar la fe de Israel del contagio religioso y cultural contraído en Egipto y anclarla definitivamente en el ideal nómada vivido por los Patriarcas. Sirve además, un período de tiempo tan prolongado para adiestrar al pueblo ante las nuevas necesidades de conquistadores de la Tierra Prometida.
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Imagen: El maná, pan del cielo.
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Imagen: Moisés intercede para que el ejército hebreo gane la batalla contra los amalecitas
Fuente: http://devotional.kpc.org/wp-content/uploads/2012/08/Aaron-and-Hur.jpg

Imagen: El paso del mar rojo
Fuente: http://cincominutos.com.mx/wp-content/uploads/2013/07/exodo-paso-del-mar-rojo21.jpg
Pero el Faraón se arrepiente de haberlos dejado ir, privándose de sus servicios, y sale en su persecución (Ex 14, 5-8). Entonces trató de arrebatar la libertad que él no había concedido. Convocó a sus guerreros, enganchó los carros y se lanzó a la persecución de los hebreos.
Mientras tanto, Israel había acampado frente al mar de las Cañas. Delante de ellos, el camino estaba cerrado. A sus espaldas, una creciente nube de arena delató al ejército egipcio que se acercaba con carros y caballos, espadas y caballeros. ¿Qué puede hacer Israel? Parece que solamente tiene una alternativa: morir a mano de los egipcios o sucumbir en las aguas del mar. El ejército egipcio infunde miedo a los israelitas, pero Dios les respalda y les pide confianza (Ex 14, 11-14).
Cuando las esperanzas humanas desaparecen, Dios reafirma su voluntad salvífica. Esto se ha de repetir tanto en la Historia de la Salvación, como en nuestra propia historia. Esta es la fe que siempre precede al milagro. ¡Y el milagro se dio! No sabemos cómo sucedió; mas por la fe, atravesaron el mar Rojo como por tierra seca y se salvaron. El mar se vuelve entonces camino seguro para los israelitas y sepulcro para los egipcios. (Ex 14, 21-22.27).
Aunque no lo narran de la misma manera, los diversos relatos bíblicos concuerdan en afirmar que hubo un acontecimiento providencial cuando llegaron al mar los hebreos, perseguidos por los egipcios. Que haya sido un viento fuerte, un maremoto o la subida de la marea, o simplemente la Palabra de Dios, eso no importa mucho, hasta cierto punto. Lo principal es que sucedió algo. Un acontecimiento que se convirtió en signo de la presencia protectora de Yavé, del cual nació la fe. (Ex 14, 31).
Hasta el Éxodo no existía la experiencia real de un Dios que se relaciona con el hombre para salvarlo, es decir: la experiencia del Dios Yavé. Y esta experiencia es muy distinta de la de las otras religiones egipcias o mesopotámicas, cuyos dioses, por estar ligados a lugares o a fuerzas de la naturaleza, pueden ser controlados por el hombre haciendo ritos o sacrificios o templos que contenten a esos dioses.
El Dios de Israel, por el contrario, se experimenta como un Dios totalmente distinto, vinculado a las personas. Un Dios que se preocupa por los hombres y se hace presente en la historia. Un Dios que lleva la iniciativa y no puede ser manipulado. Un Dios que no es neutral. Un Dios que toma partido a favor de unos y en contra de otros. Así pues, lo fundamental de la experiencia de la fe de Israel es el descubrimiento de un Dios no dominado por los hombres ni por los ritos, un Dios sin necesidad de templo, comprometido con los hombres, compañero de camino, activo y liberador.
Para aquel puñado de gente desorganizada, el éxito de la huida fue una experiencia extraordinaria de liberación. Puede ser que unos cuantos carros de guerra de algún destacamento fronterizo egipcio se vieran trabados y hundidos en alguno de los pantanos al norte del Mar de las Cañas. Para los fugitivos se trataba de una victoria de su Dios que había luchado por ellos.
El Faraón y su poderoso ejército fueron sepultados en la misma tumba que ellos tenían preparada para el pueblo de Dios. En el mar de las Cañas, más conocido como mar Rojo, Dios liberó definitivamente al pueblo hebreo del dominio egipcio. Las mismas aguas son perdición para quien se opone a los designios divinos; o trata de detenerlos. El mismo elemento es susceptible de convertirse en vida o muerte. Depende de la disposición con la que se le aborde.
La Biblia nos transmite un canto que expresa la alegría y el júbilo del pueblo por haber obtenido la liberación. (Ex 15).
4. El Desierto

Imagen: La serpiente de bronce
Fuente: http://destellodesugloria.org/blog/wp-content/uploads/2008/08/serpiente-de-bronce.jpg
¿Por qué Dios mandó a Moisés construir una serpiente bronce?
La intervención de Yavé abrió la frontera del mar, pero antes de ser plenamente libres debían sentir el desencanto y la prueba del desierto, además de consolidarse ahí la conciencia religiosa del pueblo. Durante 40 años el Pueblo de Israel vivió en el desierto (Dt 8,2), meditando la Ley de Dios y preparándose para la conquista de la tierra prometida.
La marcha por el desierto supone cambiar el cautiverio por la libertad. Se asocia el desierto al itinerar errante hacia la libertad. Yavé se deja encontrar en la soledad del desierto más que en el bullicio de la ciudad. El desierto en la Biblia es expresión de soledad, tinieblas y aridez, oscuridad, inseguridad, caos original, habitáculo de demonios y bestias salvajes, tierras terribles y expresión de muerte.
En este desierto Dios acrisola la fe de su pueblo; por eso el desierto será paradójicamente un signo de bendición. La marcha por el desierto está jalonada por las murmuraciones de Israel: contra la sed, contra el hambre, contra los peligros de guerra. El pueblo prefería la mezquina seguridad del cautiverio a la zozobra de la libertad. Echaba de menos las pequeñas comodidades de la vida ordinaria.
En medio de las pruebas e infidelidades de Israel, siempre prevaleció la misericordia de Dios sobre la inconstancia del pueblo. Los profetas Oseas y Jeremías presentan el desierto como los días de noviazgo y de las bodas, cuando se realizaron las relaciones ideales entre el Señor y el pueblo.
La experiencia del desierto es un momento excepcional para depurar la fe de Israel del contagio religioso y cultural contraído en Egipto y anclarla definitivamente en el ideal nómada vivido por los Patriarcas. Sirve además, un período de tiempo tan prolongado para adiestrar al pueblo ante las nuevas necesidades de conquistadores de la Tierra Prometida.
5. El Maná

Imagen: El maná, pan del cielo.
Fuente: http://www.devocionalescristianos.org/wp-content/uploads/2012/07/mana.jpg
Israel experimentó continuamente la asistencia divina en toda su travesía: una columna de fuego por la noche y una nube durante el día, atestiguaban la protección y la compañía divina. (Ex 13,21). Sin embargo, el desierto es un lugar de prueba, crisol de la fe donde nunca faltaron los problemas. Uno de ellos fue la falta de alimento.
Entonces el pueblo comenzó a quejarse, añorando la comida de Egipto. (Ex 16,3) Quería regresar otra vez allá. El hambre de Israel no es sino un miedo a la libertad. La tentación de volver a la esclavitud está latente en el decaído ánimo de los hebreos.
Pero las aguas del mar de las Cañas, que por amor eterno se abrieron para permitir el paso libre a los hijos de Israel, se cerraron para siempre a sus espaldas. Yavé que separó las aguas para liberar a su pueblo, ¿acaso las volverá a abrir para que su pueblo regrese a la esclavitud? ¿Se repetirá el milagro para satisfacer la cobardía de Israel? Seguramente que no, Israel no puede regresar.
Dios responde a Israel no cediendo a sus demandas, sino confiriendo algo incomparablemente mejor de lo que el pueblo pudiera haber solicitado, aquel día y todos los días: Dios otorga el alimento al amanecer, el Maná. (Ex 16, 4-15).
Si Dios providente daba el alimento necesario, Israel debía recibirlo diariamente. Su seguridad no se iba a fundamentar en graneros repletos de reservas, sino en la fidelidad cotidiana y permanente de Dios. Israel no debe atesorar para el día siguiente. Dios le va a conceder cada día todo lo que precisa, pero únicamente esto. No le otorga la fuerza para atravesar todo el desierto, sino sólo la necesaria para la jornada de ese día.
El pan es para hoy, no para mañana. Mañana se bastará a sí mismo y se volverá a depender otra vez de Dios. Mañana se dará el prodigio que sea necesario. Israel ha de vivir del milagro. Su seguridad debe estar apoyada sólo en la fidelidad divina.
Dios es luz de nuestros pasos, no luz de toda la carretera. Ilumina únicamente el paso que se está dando. El camino del pueblo de Israel a través del desierto es figura de nuestro peregrinar a la tierra prometida. En nuestra vida tenemos asegurado por Dios el pan de cada día, mas no una panadería.
Solamente el día sexto se habría de recoger doble ración, porque al día siguiente el milagro se interrumpiría. La pedagogía divina, al suspender el alimento por un día, quería que Israel continuará considerando extraordinario el prodigio del maná, que comenzaba a ser ordinario.
Los cristianos pueden ver cómo Dios hizo algo más que saciar el hambre y la sed de su pueblo. El maná era, como el mismo Cristo señalaría más tarde, una figura de la Eucaristía. (Jn 6, 30-35).
6. El Intercesor: Moisés

Imagen: Moisés intercede para que el ejército hebreo gane la batalla contra los amalecitas
Fuente: http://devotional.kpc.org/wp-content/uploads/2012/08/Aaron-and-Hur.jpg
Cada problema y circunstancia difícil por la que atravesaba el pueblo, era resuelto gracias a la intercesión de Moisés, el hombre de Dios (Dt 33, 1). Tal vez donde más evidente se manifiesta el poder de la oración de este amigo de Dios, lo encontramos en la guerra contra los amalecitas. (Ex 17, 6-16).
Israel se encontraba indefenso ante el enemigo que lo acosaba. Combatiría, sí, pero debía tener conciencia de que la victoria no dependía de sus fuerzas o de sus armas, sino de la oración del intercesor que extendía sus manos al cielo, invocando a Dios.
Ciertamente, Dios exigía la batalla de su pueblo, pero dejaba ver con claridad que el solo esfuerzo de los suyos no era definitivo para un óptimo resultado en la guerra. Aunque el hombre debía poner todo lo que estaba de su parte, el triunfo dependería directamente de Dios.
“Es difícil que una multitud caiga en manos de unos pocos. Al cielo le da lo mismo salvar con muchos que salvar con pocos. En la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza que viene del cielo”. (1 Mac 3, 18-19).
Gran parte de la vida de Moisés durante la conducción del pueblo de Israel a la libertad, fue de una continua intercesión por este pueblo rebelde, que nunca estaba satisfecho de lo que Dios le proporcionaba. Entonces ahí estaba Moisés intercediendo ante Dios, para satisfacer las necesidades del pueblo. (Ex 15, 23-25).
Otro pasaje importante de la intercesión de Moisés, es con motivo de la fabricación del becerro de oro, hecho por el cual Dios se enojó mucho, a tal grado de querer destruir al pueblo, y formar otro nuevo, siendo Moisés el jefe, como se verá en el siguiente numeral ya que este caso sucedió después de la Alianza.
En este hecho de la idolatría de Israel, fue con el consentimiento de Aarón, hermano de Moisés. Y cuando Moisés baja del monte y ve el pecado de Israel monta en cólera y hasta rompe las tablas de la Ley, destruye el ídolo, lo quema, lo muele, lo revuelve con agua y se lo da a beber al pueblo. La respuesta de Aarón es una excusa infantil, pues dice que el pueblo le pide fabricar dioses, a su vez les pide objetos de oro, se los dan, los funde, y como por arte de magia resulta la imagen de un becerro. (Ex 32, 17-24).
Es la condición humana frente al pecado, el hombre no se hace responsable y le echa la culpa a los demás.
7. La Alianza del Sinaí y la Ley
Después del paso del mar Rojo y bajo la guía de Moisés, se va realizando poco a poco una toma de conciencia de que Israel es importante para Dios, Él los conoce y quiere entablar un diálogo con ellos.
La Alianza o Pacto del Sinaí les va a constituir como el Pueblo de Dios. Más aún, la invitación de un pacto permanente entre Dios e Israel va a ser como la meta y la coronación de la salida de Egipto. (Ex 3,18 y 5,1). La Alianza tendrá en la Biblia una importancia excepcional pues es el tema que unifica todos sus libros.
Moisés no inventó las normas o códigos. Todas las sociedades organizadas de la antigüedad: asirios, babilonios, egipcios, tenían sus leyes. Coinciden en los puntos elementales y hacen posible la convivencia. Por eso la ley de Moisés encierra muchas semejanzas con las leyes de las sociedades vecinas.
Entre dos países era habitual establecer tratados y alianzas. Según el esquema corriente era el rey soberano, el más poderoso, el que toma la iniciativa y, alegando sus derechos, es el que pone las condiciones o cláusulas. Cabe pensar que Moisés conoció este tipo de tratados y lo utilizó para definir el cuadro de las nuevas relaciones entre Dios y su pueblo.
Esta es la estructura de los tratados antiguos entre un rey soberano y otro vasallo se daban los siguientes elementos:
- Preámbulo: se da a conocer el nombre y el título del rey que ofrece la alianza..
- Prólogo histórico: se recuerdan los beneficios que el rey soberano ha hecho al rey vasallo, los mérito que aquel tiene.
- Cláusulas: son las condiciones que debe cumplir el rey vasallo (tributos o prestaciones personales en caso de guerra) y lo que el rey soberano aporta por su parte.
- Invocaciones a los dioses: como testigos de la alianza y garantes de su cumplimiento.
- Bendiciones y maldiciones: premios y castigos que se piden a los dioses para los que sean fieles o infieles en el cumplimiento de lo estipulado.
- Rito final: equivale a la firma del tratado entre los pactantes, que unas veces consistía en un sacrificio y otras en un banquete.
En este caso de la Alianza de Dios con su pueblo, no es un pacto frío, con términos jurídicos, sino una relación de amor.
Dios había venido preparando al hombre para este momento tan trascendente. Con pedagogía, había hecho poco antes una alianza con Adán, luego con Noé, pasado el diluvio. Posteriormente hizo lo mismo con Abraham.
Ex 19, 16-20 constituye el marco para expresar en qué consiste la Alianza: “Yo seré tu Dios. Tú serás mi pueblo” Esta frase tan corta sintetiza el mutuo compromiso de cada una de las partes en el pacto (Ex 6,7; Lev 26,12; Ez 14,17; Jer 7,23).
Dios: así como Él tomó la iniciativa, Él es el primero en comprometerse: ¡Tú serás mi pueblo! Dios se liga con Israel de forma exclusiva. Se une voluntariamente en matrimonio indisoluble, prometiendo una singular protección y una ayuda incondicional. Israel será el único pueblo de Dios entre los pueblos de la tierra (Ex 19, 5-6).
Israel: la referencia de Dios demanda ciertas condiciones. ¡No tendrás otro Dios fuera de mí. Yo seré tu único Dios! Reclama un amor de exclusividad de parte del pueblo que se debe manifestar en la aceptación de la voluntad divina expresada en la ley. Se rendirá culto a Yavé y se abolirá la idolatría. Israel no debe esperar su salvación de las grandes potencias.
En el Sinaí nace Israel como Pueblo de Dios debido a su profesión de fe en un solo Dios. La Alianza entre Dios y su pueblo es condicional. Si una de las partes falla a su responsabilidad, la otra no permanece obligada a cumplir. Por lo que respecta a Dios, no hay ningún problema, pues Él es rico en amor y fidelidad (Ex 34, 6). La dificultad reside en Israel, que puede frustrar el plan divino. Si cumple, le esperan toda clase de bendiciones espirituales y materiales; pero si falla, el repudio y el castigo serán su paga (Dt 30, 15-20).
Si Israel no observa su compromiso, Dios lo arrancará de la superficie de la tierra, quedando como escarmiento para todos los pueblos (1 Re 9, 6-10).
Pero antes de que el pueblo de Israel pudiera siquiera concebir su posible infidelidad, Dios, sabiendo de qué estaba hecho, ya la preveía. Por eso, añade una cláusula a este contrato, para que cuando Israel se haya visto sorprendido por el pecado, tenga una nueva oportunidad de volver a Dios: Yavé es misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia que perdona a quien se arrepiente (2 Cro 7, 14; Ex 34, 6-7).
Esta Alianza fue firmada con sangre, símbolo de la vida, y fue vertida tanto sobre el altar que representaba a Dios, como sobre el pueblo. Así Israel comenzó a participar de la vida divina.
Pero, apenas se había firmado la alianza de amor entre Dios y su pueblo, Israel la quebrantó por su infidelidad: fabricó un becerro de oro y lo proclamó como “su” Dios. Entonces Yavé, Dios celoso reclamó a Moisés (Ex 32, 7).

Moisés ante la idolatría del Pueblo
Fuente: http://conformeadios.files.wordpress.com/2012/12/moises-rompe-las-tablas-con-los-diez-mandamientos.jpg?w=500&h=503
Dios no llama a Israel “mi” pueblo, según lo estipulado en la Alianza, sino pertenencia de Moisés, y no sólo lo desconoce, sino que quiere exterminarlo, y le sugiere un plan a Moisés: (Ex 32, 10).
Parece que Dios le pide permiso a su siervo fiel para destruir a los degenerados, al mismo tiempo que le sugiere la proposición más tentadora que se haya presentado a hombre alguno sobre la tierra, la de formar un nuevo pueblo.
Moisés se enfrenta entonces a Dios. Su respuesta, llena de osadía y atrevimiento, es propia de un espíritu magnánimo. Para comenzar, aclara el punto capital de donde depende toda su argumentación (Ex 32, 11).
Moisés recuerda a Yahvé que Israel es pueblo suyo, que le pertenece a Él y que fue Él quien lo liberó de Egipto. Israel no es de ninguna propiedad humana. El pueblo no es de Moisés, sino de Yahvé.
Por otro lado, Moisés no toma en cuenta la proposición divina, ni siquiera hace alusión a ella. Más que nunca, la figura de Moisés se agiganta. En vez de la gloria que se le ofrecía, se arriesgó a correr la misma suerte que sus hermanos pecadores (Ex 32, 31-32).
Moisés implora el perdón para los suyos, y en caso de que Dios no lo otorgara, añade: ¡Bórrame a mí junto con ellos!
Nunca como entonces la figura de Moisés es tan majestuosa y significativa. No pidió nada para sí, al contrario; en lugar del gozo que se le proponía, se humilló y quiso correr la misma suerte de sus hermanos.
LA LEY
Para que Israel conociese la voluntad divina y pudiera cumplirla sin excusas, Dios le otorgó la ley. La ley es el vínculo entre Dios y el pueblo.
El amor de Israel ha de ser mostrado mediante la obediencia en fe de esta ley que se resume en dos mandamientos: Amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y al prójimo como a uno mismo (Mt 22, 37-40).
Esta ley grabada en tablas de piedra para la perpetuidad, guardada en el Arca de la Alianza, fue signo de la presencia y la fidelidad de Dios en medio de su pueblo (Ex 25, 10-20). Esta ley es la carta magna del judaísmo.
Estas prescripciones ni son superiores a las fuerzas del hombre, ni son una carga que Yavé impone sobre los hombros del pueblo. Todo lo contrario. Fueron dadas para que, cumpliéndolas, Israel sea feliz (Dt 10,12).
Conviene resaltar que la Alianza no se realiza con un pueblo esclavo, sino con quienes han emprendido el camino de la libertad. De igual manera, la ley se otorga, no a los esclavos, sino a aquellos que han firmado un pacto de fidelidad con su Dios. Si la Alianza se realiza hasta después de salir de la esclavitud, la Ley se da después de una teofanía, manifestación gloriosa y poderosa de la fidelidad y del amor de Yahvé.
Estamos en la verdadera creación del Pueblo de Dios, su auténtico nacimiento, debido no a la carne ni a la sangre, sino a la voluntad de Dios.
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