Fuente: https://youtu.be/hwUoWfNVGdA
Más que nunca, en esta etapa de la Historia de la Salvación, quienes llevan adelante el plan de Dios no son los sabios y poderosos de este mundo sino los pequeños y los sencillos: los pobres de YHWH. Por pobres no debemos entender solamente una condición económica y social delante de los hombres, sino ante todo una disposición interior frente a Dios.
Su misión consiste en preparar el camino del Señor. El descendiente de la mujer, el hijo de David, rey y profeta, está más cerca que nunca. Esta certeza aviva la llama de la esperanza que se convierte en el calor que moldea y forma a los hijos de Israel.
La promesa está a punto de realizarse y esta perspectiva es el motor dinámico de su fe. La esperanza se convierte en un medio de educación del pueblo elegido. Tan cercana está la llegada de Emmanuel, que Dios se sirve precisamente de esta proximidad para listar a su pueblo.
Dios había construido a Israel por la palabra de los profetas y por el sufrimiento del destierro. Ahora lo hace mediante la certeza de que el Mesías está por venir de un momento a otro.
El pueblo, que lo presiente así, aspira cada vez más a una mayor intimidad y cercanía con YHWH. Siempre sucede lo mismo en la relación con Dios: entre más cercano se está a Él, se aspira a una mayor unión e intimidad. La fuerza divina de atracción aumenta a medida que nos acercamos más a Él.
En la esfera de Dios, quien más tiene, más quiere y más necesita; en una palabra, es más pobre, más pobre de Dios. La esperanza en la venida del Mesías es un método eficaz para que el pueblo se convierta al Señor, enderece sus caminos y rectifique sus sendas.
El fin principal de la economía (plan salvífico de Dios) del Antiguo Testamento era reparar y anunciar la venida de Cristo y de su reino. Los pobres de YHWH encarnan y personifican esta misión esencial de la antigua economía.
Ellos son “el resto de Israel”, que permanece fiel a la Elección y a la Alianza. Esperan el cumplimiento de la Promesa y son sencillos cumplidores de la Ley divina. Son aquellos que se entregan y se comprometen a preparar el camino del Señor con todo su corazón, con toda su alma y todas sus fuerzas. Sin embargo, no lo hacen como individuos aislados, sino como comunidad y en nombre de todo Israel.
Reconocen su limitación. Tienen conciencia de haber pecado, no sólo de pensamiento, palabra, obra y omisión, sino que el pecado destila por cada poro de su piel. Por eso, los pobres piden a Dios la verdadera riqueza: que transforme su corazón de piedra en un corazón de carne.
Experimentan y expresan una ardiente sed de salvación. No se creen justificados, como el fariseo del Evangelio (Lc 18,11-12). Todo lo contrario. Su oración es tan humilde como confiada: Perdóname, Señor, porque soy un pecador: Lc 18,13.
También son los que han sentido, como el hijo pródigo, la llamada de su padre en lo más íntimo de su corazón, y se levantan para ir donde él para confesar su pecado: confiando en que el Padre misericordioso no los va a echar fuera, sino que les otorgará su perdón y les devolverá la herencia perdida.
Con toda certeza saben que está a punto de aparecer el Salvador que quita el pecado del mundo. Confían incondicionalmente en que la salvación es un don del cielo más que una conquista personal. Además, la historia les ha demostrado que siempre que se han alejado de Dios ha sido por una sobrada confianza en ellos mismos. Su experiencia les confirma que sin Él no es posible hacer nada.
El sentimiento de la propia insuficiencia engendra en su corazón el deseo del Redentor, seguros de que todo lo han de poder en Aquel que los conforta. Saben que la salvación no vendrá de ellos mismos, ni de sus instituciones o costumbres; ni siquiera de la santa Ley del Sinaí.
Los pobres de YHWH se sienten necesitados de un nuevo Mesías libertador, que conceda la salvación no sólo social o política, sino de toda opresión que coaccione la libertad humana.
Se reconocen en tinieblas, paso totalmente indispensable para aceptar la luz. La luz del mundo sólo brilla en las tinieblas del pecado. Allí donde abunda la conciencia de pecado sobreabunda la gracia de Dios. Sólo aquel que siente una urgente necesidad de ser salvado es el único que puede ser justificado. El médico viene a los enfermos, la salvación a los pecadores y la luz a las tinieblas.
Los pobres de YHWH esperan y creen en el Salvador del mundo. Oran para que descienda del cielo y su expectativa los hace contemplarlo y alcanzar la justificación en la fe. En la esperanza viven el advenimiento del Mesías, anunciado desde antiguo.
Dos son los pasos totalmente indispensables para ser salvados: reconocer que se necesita de la salvación y aceptar al único Salvador.
Entre la larga lista de pobres de YHWH que preparan la venida del Señor encontramos a Jeremías, Juan Bautista, José, el esposo de María, y otros muchos nombres que desconocemos, pero que trabajaron con ahínco[1] en la viña del Señor, preparando la plenitud de los tiempos.
Como la Historia de la Salvación es nuestra propia historia, cada uno de nosotros estamos viviendo esta etapa. Algunos más intensamente que otros, pero todos de alguna forma. El pueblo de Dios está velando y orando, esperando el regreso de su Señor.
Hoy vuelve a resonar actual la voz de Juan: preparen el camino del Señor, rectifiquen sus sendas: Mt 3,3b. El Señor está cerca. En el momento en que menos lo pensemos, aparecerá otra vez.
La alegría es una actitud que acompaña a la esperanza. Y, ¿qué es lo que esperamos los cristianos? El regreso del Mesías y de su Reino, en el cual florecerá la justicia y la paz; una nueva realidad en la cual "el lobo y el cordero convivirán, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá" (Is 11,6). El Reino de Dios que esperamos se abre camino día a día, y hemos de saber descubrir su presencia en medio de nosotros. Para el mundo en el que vivimos, tan falto como está de paz y de concordia, de justicia y de amor, ¡cuán necesaria es la esperanza de los cristianos! Una esperanza que no nace de un optimismo natural o de una falsa ilusión, sino que viene de Dios mismo.
Sin embargo, la esperanza cristiana, que es luz y calor para el mundo, sólo podrá tenerla aquel que sea sencillo y humilde de corazón, porque Dios resiste a los soberbios pero da su gracias a los humildes y sencillos [2]
[1] Ahínco: empeño, firmeza, perseverancia.
[2] http://evangeli.net/evangelio/dia/I_05
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2. María, la Madre Jesús.
Fuente: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj37vDBF-gSZXjLTBzPV3oiGdQBF3Y3y57q9BlZ03RqTzOvptMyvubaq1szO4Zb2wawJIheAgUQH-ZCficnK702Zh4lAFb-D_Rq0cvCOWeXqHhLUhzQU0hLF5pttJaiWuFJPDMHeR1W35FW/?imgmax=800
El peregrinar del pueblo elegido llega a su culmen en María, la madre de Jesús. En ella se encarna la vocación del pueblo elegido. En ella termina la primera mitad de la historia de la humanidad, al mismo tiempo que en su corazón y en su vientre se inician los últimos tiempos, la era mesiánica. Ella es el final glorioso de todas las etapas preparatorias a la venida del Salvador y el lazo de unión con el Nuevo Testamento. Con ella y en ella estamos ante el cumplimiento de la promesa más grande e importante que Dios había hecho al hombre caído. María es la mujer, hija de Adán e hija de Abraham, de la que nace el descendiente que aplasta la cabeza del Mal. Los textos más luminosos del Antiguo Testamento que revelan su papel en el misterio de la Salvación son dos: El “protoevangelio’, llamado así por ser el primer anuncio de la Buena Nueva: Dios le dijo a la serpiente: Enemistad pondré entre ti la mujer, entre tu linaje y el de ella. El te aplastará la cabeza: Gen 3,15. Era la promesa de que uno, del linaje de la mujer, vencería definitivamente el egoísmo y la mentira. María es esa mujer. Nueva Eva, de quien nace el Salvador. El otro texto lo encontramos en el profeta Isaías: He aquí que una doncella va a concebir y a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Is 7,14.
La doncella que no conoció varón y cuyo hijo no es otro sino el mismo Jesús, es María, la esclava del Señor.
Si en el primer texto del Génesis se hace resaltar su pertenencia género humano, el contexto de Isaías la presenta injertada en historia y en la vida del pueblo de Israel. Dios la llama para ser madre de su Hijo, a lo que ella responde con sencillo incondicional “sí”: He aquí/a esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra: 11,38.
Todos los demás privilegios con que el Señor adornó a es singular criatura eran siempre en vistas de su maternidad o con fruto de la misma. Ella lo sabe perfectamente. Por eso, aunque reconoce que se han hecho grandes cosas en su vida, da toda gloria al Dios de Israel.
Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios ¡Salvador; porque ha puesto sus ojos en la humildad de sierva. Por eso, desde ahora me llamarán bienaventurada todo las generaciones, porque ha hecho maravillas en mí - Poderoso. Santo es su Nombre: Lc 1,46-49.
Solo Dios salva, pero quiso que hombres colaboraran en esta empresa. Por eso, a lo largo de toda la Historia de la Salvación llama a ciertas personas para que trabajaran íntimamente unidas a Él. Sin embargo, nadie como María aporta tanto a este proyecto, ya que gracias al poder del Altísimo, de ella nace el único mediador entre Dios y los hombres.
Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a su hijo, nació de mujer, bajo la ley, para escalar a los que estaban bajo la Ley para que recibiéramos la filiación adoptiva: Gal 4,4-6.
Lo más importante no es lo que María hizo por Dios, sino lo que el Señor hizo en ella: ser portadora de Jesús. Ella es el modelo la vocación de cada creyente: dar a Jesús al mundo.
La peor deformación que podríamos hacer de ella sería si nos centráramos más en lo accidental que en su maternidad o atribuir un papel diferente al que Dios le confió en la Historia de Salvación.
Ella está siempre con Jesús y bajo él, en orden a la salvación del género humano. Sus últimas palabras es el signo que nos indican tanto el secreto de su vida como el verdadero camino a seguir: Hagan todo lo que él les diga: Jn 2,4.
Ver "DOGMAS MARIANOS":
http://www.parroquiabeatamariadejesus.es/Biblioteca/Formacion/General/DOGMAS%20MARIANOS.pdf
2. María, la Madre Jesús.
El peregrinar del pueblo elegido llega a su culmen en María, la madre de Jesús. En ella se encarna la vocación del pueblo elegido. En ella termina la primera mitad de la historia de la humanidad, al mismo tiempo que en su corazón y en su vientre se inician los últimos tiempos, la era mesiánica. Ella es el final glorioso de todas las etapas preparatorias a la venida del Salvador y el lazo de unión con el Nuevo Testamento. Con ella y en ella estamos ante el cumplimiento de la promesa más grande e importante que Dios había hecho al hombre caído. María es la mujer, hija de Adán e hija de Abraham, de la que nace el descendiente que aplasta la cabeza del Mal. Los textos más luminosos del Antiguo Testamento que revelan su papel en el misterio de la Salvación son dos: El “protoevangelio’, llamado así por ser el primer anuncio de la Buena Nueva: Dios le dijo a la serpiente: Enemistad pondré entre ti la mujer, entre tu linaje y el de ella. El te aplastará la cabeza: Gen 3,15. Era la promesa de que uno, del linaje de la mujer, vencería definitivamente el egoísmo y la mentira. María es esa mujer. Nueva Eva, de quien nace el Salvador. El otro texto lo encontramos en el profeta Isaías: He aquí que una doncella va a concebir y a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel: Is 7,14.
La doncella que no conoció varón y cuyo hijo no es otro sino el mismo Jesús, es María, la esclava del Señor.
Si en el primer texto del Génesis se hace resaltar su pertenencia género humano, el contexto de Isaías la presenta injertada en historia y en la vida del pueblo de Israel. Dios la llama para ser madre de su Hijo, a lo que ella responde con sencillo incondicional “sí”: He aquí/a esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra: 11,38.
Todos los demás privilegios con que el Señor adornó a es singular criatura eran siempre en vistas de su maternidad o con fruto de la misma. Ella lo sabe perfectamente. Por eso, aunque reconoce que se han hecho grandes cosas en su vida, da toda gloria al Dios de Israel.
Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se alegra en Dios ¡Salvador; porque ha puesto sus ojos en la humildad de sierva. Por eso, desde ahora me llamarán bienaventurada todo las generaciones, porque ha hecho maravillas en mí - Poderoso. Santo es su Nombre: Lc 1,46-49.
Solo Dios salva, pero quiso que hombres colaboraran en esta empresa. Por eso, a lo largo de toda la Historia de la Salvación llama a ciertas personas para que trabajaran íntimamente unidas a Él. Sin embargo, nadie como María aporta tanto a este proyecto, ya que gracias al poder del Altísimo, de ella nace el único mediador entre Dios y los hombres.
Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a su hijo, nació de mujer, bajo la ley, para escalar a los que estaban bajo la Ley para que recibiéramos la filiación adoptiva: Gal 4,4-6.
Lo más importante no es lo que María hizo por Dios, sino lo que el Señor hizo en ella: ser portadora de Jesús. Ella es el modelo la vocación de cada creyente: dar a Jesús al mundo.
La peor deformación que podríamos hacer de ella sería si nos centráramos más en lo accidental que en su maternidad o atribuir un papel diferente al que Dios le confió en la Historia de Salvación.
Ella está siempre con Jesús y bajo él, en orden a la salvación del género humano. Sus últimas palabras es el signo que nos indican tanto el secreto de su vida como el verdadero camino a seguir: Hagan todo lo que él les diga: Jn 2,4.
Ver "DOGMAS MARIANOS":
http://www.parroquiabeatamariadejesus.es/Biblioteca/Formacion/General/DOGMAS%20MARIANOS.pdf
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