Los patriarcas
eran hombres de fe, su testimonio lo encontramos, en primer lugar, en el
Antiguo Testamento, y, de manera especial, en el libro del Génesis. En él,
Abraham, nuestro padre en la fe, ocupa un lugar destacado. En su vida sucede
algo desconcertante: Dios le dirige la Palabra, se revela como un Dios que
habla y lo llama por su nombre. Abraham no ve a Dios, pero oye su voz y le
obedece.
Imagen: Teofanía de Mambré.
Fuente: http://www.anachiclana.com/i/6.jpg
LAS
PROMESAS: TIERRA Y DESCENDENCIA, ENGRANDECIMIENTO DE SU NOMBRE, SER UNA
BENDICIÓN.
Abraham
es el primero de los patriarcas, y su historia se nos narra en catorce capítulos
de Génesis (11,10-25,10). Para llevar a cabo su obra de salvación, Dios se
elige un pueblo suyo mediante el cual sus promesas llegarán a todos los
pueblos. (Gn 12,1; Gál 3,8 y 14). Como punto de partida de la Historia Sagrada,
Dios llama a Abraham. El llamado de Dios a Abraham incluye una doble promesa:
Él le dará una descendencia (Gn 15,4; 18,10), y una tierra (Gn 12,7). Dios hace
una alianza con él. En adelante, será el Dios de Abraham y sus descendientes
para siempre (Gn 15,18; 17,7; Is 51,2). Esta alianza hace de Abraham (y sus
descendientes) el servidor de Dios y su obra en este mundo, para que la
bendición de Dios llegue a todas las naciones (Gn 12,3; 28,14).
La
alianza con Abraham, es parte de un plan de salvación que alcanzará a toda la
humanidad. Dios revela su plan de salvación: A través de los acontecimientos en
la vida de Abraham nos damos cuenta de esta revelación especial histórica: una
vida, un destino, todos los caminos y las decisiones son aquí palabra, voluntad
y acción de un Dios que se dirige a un individuo particular y se descubre, de
este modo, a sí mismo y los decretos eternos de su voluntad salvífica.
Abraham
nació, su familia estaba viviendo en Ur, una antigua ciudad de Mesopotamia. Ur
era una gran ciudad portuaria, con un alto zigurat, miles de casas y comercios
y mercaderes de todo el mundo que hablaban una gran multitud de lenguas.
Algunos de estos mercaderes habían llegado por barco desde lugares tan lejanos,
como La India. Pero Téraj y su familia, incluyendo su hijo mayor, Abraham,
eran, probablemente, mercaderes llegados de caravanas que venían del Oeste.
Estaban acostumbrados a realizar grandes viajes por tierra llevando consigo sus
ganados en busca de pasto. Los clanes patriarcales son grupos nómadas que
no poseen tierras. El poder del padre es absoluto.
Téraj
tenía tres hijos: Abraham, Najor y Arán. Todos crecieron y se casaron. Arán
murió dejando un hijo llamado Lot. Parece ser que Téraj crió a Lot como a hijo
propio. Lot y su tío Abraham mantuvieron estrecha relación.
Téraj
decidió sacar a su familia de Ur. La Escritura solo nos dice que “salieron
juntos desde Ur de Caldea para ir a la tierra de Canaán”.
Cuando
Téraj llegó a la ciudad de Jarán decidió quedarse allí sin continuar su viaje a
Canaán. Jarán se parecía mucho a Ur, una bulliciosa ciudad con comerciantes de
todo el mundo, que acudían allí a vender sus mercancías. En ella podía
continuar con el estilo de vida que le era familiar (mercader). Así pues, Téraj
y su familia se establecieron en Jarán y prosperaron allí. Téraj murió en Jarán
y Abraham se fue haciendo viejo. La historia de Abraham comienza cuando tiene
75 años de edad. Es entonces cuando recibe el llamado de Dios:
Yavé
dijo a Abraham: “Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre y
anda a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación y te bendeciré;
voy a engrandecer tu nombre y tú serás una bendición. Bendeciré a quienes te
bendigan y maldeciré a quienes te maldigan. En ti serán bendecidas todas las
razas de la tierra". (Gn 12,1-3)
La
bendición se comprende como una fuerza interna que irrumpe en la estirpe de
Abraham, desemboca en la constitución del pueblo de Israel y se extiende a
todas las naciones que tienen alguna relación con el pueblo de Dios (12,2-3;
26,3). Abraham intercede por los que están sometidos a la ira divina
(18,17-18), se alía con los que eran sus enemigos (26,29) e interviene
favorablemente en el sector de la prosperidad material.
EL
CUMPLIMIENTO DE LAS PROMESAS HECHAS A ABRAHAM
Las
tres promesas se cumplirán en tres alianzas posteriores que marcarán, un
momento decisivo en la historia de la salvación. La promesa de una tierra y una
nación se cumplirá en la alianza con Moisés. La promesa de un reino y un nombre
se cumplirá en la alianza con David; y la promesa de una bendición para las
naciones se cumplirá en Jesucristo. El primer versículo del Nuevo Testamento
(Mt 1,1) nos recuerda que todo el plan de salvación comienza con Abraham:
“Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”.
Abraham
era muy rico. Sin embargo, le preocupaba no tener hijos, descendientes
legítimos. No tenía forma de hacer perdurar su casa.
Después
de estos sucesos, Yavé dirigió su palabra a Abraham en una visión, y le dijo:
“No temas Abraham, yo soy tu escudo. Tu recompensa será muy grande”. Abraham
respondió: “Señor Yavé, ¿Qué me quieres dar? Soy un hombre sin hijos y todo lo
que poseo pasará a Eliézer de Damasco. Ya que no me diste descendencia, tendré
por heredero a uno de mis sirvientes” (Gn 15,1-3).
Entonces
le llegó una palabra de Yavé: “Tu heredero no será Eliezer sino un hijo tuyo,
nacido de tu propia carne y sangre.” Yavé lo sacó afuera y le dijo: “Mira el
cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia” (Gn 15, 4-5)
y creyó Abraham a Yavé, el que lo tuvo en adelante por hombre justo (15,6).
Yavé le dijo: “Yo soy Yavé que te sacó de Ur de los Caldeos, para entregarte
esta tierra en propiedad.
Aun
cuando la promesa estaba hecha sobre un imposible –según la razón humana-,
Abram cree. Sin embargo, pide una señal y lanza una pregunta retórica: “Señor,
¿en qué conoceré yo que será mía? Y el Señor hace un pacto con él, sellándolo
con un sacrificio, como era costumbre en la antigüedad. Sabemos por
inscripciones antiguas que los animales de los sacrificios simbolizaban a las
personas que estaban haciendo el juramento. “Si rompo este juramento”, decían,
“que mi sangre sea derramada por tierra en lugar de la de estos animales”. Un
modo especialmente solemne de hacer un juramento era dividir el animal
sacrificado en dos y después caminar entre las dos mitades del animal. Por eso,
en respuesta a la pregunta de Abraham, Dios le pide animales para el sacrificio
(Gn 15,8ss). Abraham los trae y los sacrifica de acuerdo a las costumbres y, al
caer la tarde, mientras cayó en un profundo sueño, Dios habló a Abraham. Le
reitera que le entregará la tierra de Canaán a sus descendientes, pero le
advierte que primero serán forasteros en tierra extraña y que serán
esclavizados 400 años. Luego, al caer la noche, un horno humeante y una
antorcha pasaron por medio de aquellos animales partidos (Gn 15,17). Esto
quiere decir que Dios hizo un pacto solemne con Abraham (como si no bastara su
omnipotencia. Pero esto lo hizo para que Abraham se sintiera confiado. Una
voluntad divina expresada con modos humanos).
Ahora
volvamos al tema de la descendencia. Un anciano decrépito y una anciana estéril
esperan en una promesa. Ven la necesidad de colaborar con Dios en el
cumplimiento de esa promesa y por eso Saray ofrece su esclava a Abraham para
procrear un descendiente. Una de las costumbres de la época (la poligamia era
normal en aquellos tiempos) consistía en que una mujer podía dar su esclava a
su esposo -para la procreación- y después reclamar el hijo como suyo. Saray
tenía una esclava egipcia llamada Agar (Gn 16) y se la da a Abraham para que
procree un hijo. De ella nació Ismael. Para gloria de Abraham, de él hizo Dios
también una gran nación, pues sus descendientes son los árabes. Pero el plan de
Dios tenía que cumplirse con Abraham y su propia esposa, Saray. Ismael no era
el heredero prometido. Sin embargo, Abraham tenía ya 86 años y Saray solo 10
años menos. Ismael parecía la única solución. Durante 13 años Dios guardó
silencio.
Tenía
Abraham 99 años cuando Yavé se le apareció y le dijo: “Yo soy el Dios de las
alturas. Camina en mi presencia y se perfecto. Yo estableceré mi alianza
contigo y te multiplicaré más y más”. Abraham cayó rostro en tierra y Dios le
habló así: “Esta es mi alianza que voy a pactar contigo: tú serás el padre
de una multitud de naciones. No te llamarás más *Abram sino Abraham, pues
te tengo destinado a ser padre de una multitud de naciones. Te haré fecundo sin
medida. De ti saldrán naciones y reyes de generación en generación. Pacto mi
alianza contigo y con tu descendencia después de ti: esta es una alianza
eterna” (17,1-7).
Dios
confirma a Abraham la segunda parte de su promesa. Un reinado y un nombre.
Según la concepción del antiguo Oriente, un cambio de nombre significa un
cambio de destino. De su descendencia nacerán reyes y será conocido como “padre
de una multitud”. Pero de nuevo, aparte de la promesa de Dios, aparece un signo
externo.
Dijo
Dios a Abraham: “Guarda mi alianza, tú y tus descendientes después de ti, de
generación en generación. Esta es mi alianza contigo y con tu raza después de
ti, que ustedes deberán guardar: todo varón entre ustedes será circuncidado.
Ustedes cortarán el prepucio y esta será la señal de la alianza entre yo y
ustedes. En adelante y para siempre, todo varón entre ustedes deberá ser
circuncidado a los ocho días después de su nacimiento… esta alianza mía grabada
en la carne de ustedes es una alianza perpetua… (Gn 17,9-13).
Y
después de esta alianza, Dios sorprende a Abraham con la siguiente promesa:
A
Saray, tu esposa, ya no la llamarás Saray sino Sara. Yo la bendeciré y daré de
ella un hijo. La bendeciré de tal manera que pueblos y reyes saldrán de ella.
Al
oir esto Saray se ríe por eso el nombre de Isaac significa en hebreo “hará
reir”. Abraham se tomará en serio la promesa de Dios. Ese mismo día se hizo
circuncidar e hizo circuncidar a todos los varones de su familia, incluyendo a
Ismael que tenía 13 años. La circuncisión a los trece años era la costumbre egipcia.
Los israelitas que oyeran esta historia entenderían que Ismael, el hijo de la
esclava concubina, no era un israelita sino un extranjero (en otras palabras,
que la promesa hecha a Abraham no habría de cumplirse por medio de Ismael.

Imagen: Destrucción de
Sodoma y Gomorra.
Fuente: http://rodolfo.files.wordpress.com/2011/06/060511_0259_ideasabsurd1.jpg
Fuente: http://rodolfo.files.wordpress.com/2011/06/060511_0259_ideasabsurd1.jpg
¿Por qué la esposa de Lot
fue convertida en estatua de sal?
DESTRUCCIÓN
DE SODOMA Y GOMORRA
Abraham
era el elegido para fundar el Pueblo de Dios. Por tanto, era necesario que
supiera cómo el Señor trataba la infidelidad. Las ciudades de Sodoma y Gomorra
se habían ganado tal reputación de pecado, que Dios había decidido intervenir.
Dios haría un viaje de inspección para ver si los rumores eran ciertos (por
supuesto, Dios sabía perfectamente la verdad sobre Sodoma y Gomorra, pero se
relacionaba con Abraham al modo humano para que Abraham pudiera entenderlo).
Lot,
el sobrino de Abraham, vivía en Sodoma. Lo que hizo que Abraham se interesara
por el lugar. Entonces, Abraham suplica a Dios como un hijo haría con un padre
por la salvación de la ciudad. Sin embargo, Dios prefirió salvar a Lot,
sacándolo de Sodoma y no salvar a una ciudad corrompida por el pecado. Allí, ni
perecieron los justos por causa de los impíos, ni se salvaron los impíos por
causa de los justos: a cada uno se le dio su merecido[1].
___________________________________________________________
* En
el texto se ha empleado el nombre de Abraham, como se conoce comúnmente, pero
antes se llamaba Abram.
[1] Ibáñez
Arana, A. op. cit. p. 319.
Yavé
visitó a Sara, tal como lo había dicho; Yavé hizo con Sara aquello que le había
prometido. Sara quedó embarazada, dio a luz un hijo de Abraham siendo ya
anciana y en la misma fecha que Dios había señalado. Abraham le puso por nombre
Isaac al hijo que le nació, al hijo que Sara dio a luz. Lo circuncidó a los
ocho días como Dios le había ordenado. Abraham tenía cien años de edad cuando
le nació Isaac (Gn 21,1-5).

Fuente: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh08DFdEWyc0YytImkmNjXk2BzkWNC8oHzbO2i7u5yDT7KXfMVZjZW5CQqCq66uNhFO_aio63qGL3KqlXPBd0FZr-Pm6KOSOKv-6Tlk1JeWm8gUOG2se_jWaO17mrH89i2TW8UaPy-zKMc0/s400/isaac.jpg
Abraham
gana un hijo con Isaac, pero pierde a Ismael por los celos de Sara. Tiempo
después, cuando su hijo estaba creciendo, Dios quiso probar a Abraham y lo
llamó:
Abraham. Y
él respondió: Aquí estoy. Y Dios le dijo: Toma a tu hijo, al único que
tienes y al que amas, Isaac, y vete a la región de Moriah. Allí me lo ofrecerás
en holocausto en un lugar que yo te indicaré (Gn 22,1-2).

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Cuando Dios le pide que sacrifique al hijo que le
queda, Abraham obedece.
El
sacrificio de Isaac es tipo[1] del sacrificio de Cristo. Pero no solo
Abraham obedece. Isaac se somete voluntario al mandato que Dios había dado a su
padre[2]. En este Abraham anciano, vacío ante Dios y sacrificando su última
esperanza, viene a desvelarse la hondura del nuevo comienzo israelita, común a
judíos y cristianos. Unos y otros nos sabemos vinculados al patriarca de la fe,
que sube a la montaña para ofrecer a Dios aquello que más quiere (todo lo que
tiene)[3]. Dios suscita ahora por Abraham una paternidad nueva expresada y
realizada en dimensión de fe:
Juro
por mí mismo, -palabra de Yavé- que, ya que has hecho esto y no me
has negado a tu hijo, al único que tienes, te colmaré de bendiciones y
multiplicaré tanto tus descendientes que serán tan numerosos como las estrellas
del cielo o como las arenas que hay a orillas del mar. Y porque has obedecido a
mi voz, todos los pueblos de la tierra serán bendecidos a través de tu descendencia (Gn 16-18).
Solo
porque ha puesto en manos de Dios su propio hijo, solo porque ha dado el mismo
contenido y centro de su vida, esperando contra toda esperanza, Abraham puede
desvelarse como padre en fe (desde la fe) sobre la tierra. Abraham ya no
sacrifica a su hijo porque Dios se lo impide. A cambio ofrece en sacrificio el
cordero que Dios le provee por medio del ángel. Dios no huele el humo de la
grasa o carne que se quema en el altar; Él acoge y celebra con gozo fecundo la
fe del patriarca. Este es el Dios de la fe que nos abre con gratuidad a la
esperanza[4].
Y
bien, pasada la escena del sacrificio, llegado el momento adecuado, Isaac
debería casarse. Aunque Abraham se había establecido permanentemente en Canaán,
era ahí un extranjero. Vivía entre gentes que tenían costumbres distintas. Que
tenían acento distinto y adoraban a distintos dioses. Si Dios había prometido
aquella tierra a sus descendientes, sería terrible que cayeran en la idolatría
de los cananeos. Esto es lo que le podía pasar a Isaac si se casaba con alguna
mujer del lugar.
Todas
las promesas de Dios deberían cumplirse en Isaac. Abraham pensó que la única
forma de preservar a Isaac de la idolatría, era mantenerlo separado de los
cananeos. Por eso pidió a su siervo de más confianza que fuera a Mesopotamia,
donde vivían aún parientes[5]. Así pues, parte el sirviente en busca de
esposa para Isaac (Gn 24) hacia la ciudad de Najor, en el país de Arán. Había
pedido a Dios una señal para escoger la mujer adecuada a Isaac. Dios le proporciona
dicha señal. Es así como llega a casa de Batuel, hijo de Najor, donde,
iluminado por Dios, escoge por esposa de Isaac a Rebeca, Hija de Batuel.
Rebeca
dará a Isaac dos hijos Jacob y Esaú.
___________________________________________________________
[1] Tipo:
Sentido de la Biblia. Es propiedad exclusiva de los textos bíblicos tener,
además de un sentido literal, que nace directamente de las palabras, un sentido
llamado típico. Existe este sentido cuando las palabras o cosas expresadas o
las personas descritas tienen no solo un sentido literal histórico, cumplido en
sí mismo, sino que se dirigen también a significar otras cosas, sucesos o
personas. el tipo o figura es la persona, hecho o cosa destinados a significar
otra, que se llama antitipo. P. ej. Adán es el tipo de Cristo y Cristo es el
antitipo de Adán (Rom. 5,14). Entre el tipo y el antitipo debe haber una
relación de semejanza; p. ej., el sacrificio de Melquisedec, que ofreció al
Dios Altísimo pan y vino, es tipo del sacerdocio de Cristo, que ofreció bajo
las especies de pan y vino, su cuerpo y su sangre (Hebr. 7,3).
(Parente, P., Piolanti, A., Garofalo, S. Diccionario de teología dogmática.
Editorial Litúrgica Española, 1955. Pg. 331).
[2] ...No
sé qué me admira y pasma más, si la fortaleza de espíritu del patriarca o la
obediencia del muchacho, que ni se resistió ni llevó a mal el hecho, sino que
cedió y obedeció a lo que hacía su padre y como un cordero se acostó en
silencio sobre el altar, esperando la diestra de su padre... (San Juan
Crisóstomo, Homilías sobre el Génesis, Homilía 47, sobre Gn 22: PG 54, 429-431)
[3] Pikaza,
X. Dios judío, Dios cristiano. Editorial Verbo Divino, Pamplona, 1996. Pg. 46.
[4] Ibid.
47
[5] S.
Hahn. op. cit. Cap. 6, pg. 108.
3. Jacob y el nacimiento del Pueblo de Israel

Imagen: Jacob lucha
con el ángel
Fuente: http://takusahrisau.files.wordpress.com/2010/07/jacob_wrestling_with_angel_delacroix_1861.jpg
¿Por qué Dios le cambió el
nombre de Jacob por el de Israel?
¿QUIÉN ES JACOB?
Jacob
es uno de los tres antepasados del pueblo elegido; a él se vinculan las doce
tribus que formaron el pueblo de Israel.
Las
bendiciones a Abraham se prolongan en su descendencia. El protagonismo de la
historia pasa a Isaac y de este, a Jacob.
Del
matrimonio entre Isaac y rebeca, van a nacer dos hijos: Esaú y Jacob. (Gn
25,2). Sin embargo, la tensión sufrida por Abraham y Sara se repite: Rebeca era
estéril. En esta situación de angustia, Rebeca consulta a Yavé. Y Dios responde
a Rebeca: Dos pueblos hay en tu vientre, y dos naciones desde tus
entrañas se dividirán. La una dominará a la otra; el mayor servirá al menor (Gn
25,23).
Yahvé,
que lo sabe todo y fija los destinos de los hombres y los pueblos, empieza a
despejar las incógnitas:
- Son dos
hijos, o más bien dos pueblos o naciones que de esos hijos procederán.
Bien merece la pena alguna molestia en el embarazo.
- El que se
entrechoquen es que las naciones empiezan a dividirse desde antes de nacer
los niños. Una nación, no se dice todavía cuál, dominará a la otra.
- El mayor
será siervo del menor. Se comprende que los mellizos pugnen entre sí, ya
que era muy importante nacer el primero: tendría todo el derecho de
primogenitura.
Rebeca
tuvo efectivamente mellizos. Del primero se dice que era rojizo, a quien dieron
por nombre Esaú. La nación que nacerá de él será Edom[1].
Todavía estaban luchando cuando nacieron. El segundo nació agarrando el
talón del primero. Y le llamaron Jacob. Ya que en hebreo suena a “el que agarra
el talón o “él suplanta”. A medida que crecían, Esaú era el favorito de su
padre. Pero Jacob lo era de su madre. (Gn 25, 29-4).
¿CUÁL ERA LA IMPORTANCIA DE
SER PRIMOGÉNITO?
Ser
primogénito era un privilegio enorme. El primogénito se convertía en jefe de
familia. Tenía derecho a una doble participación en la herencia. Pues bien. Los
niños crecieron. Comienza el drama. Jacob desea la bendición de Isaac. Su
madre, Rebeca, desea arduamente que su pálido y lampiño hijo menor posea la
bendición de su padre. Una bendición era algo importante. Una vez dada no podía
retirarse (Gn. 27, 21-23; Gn, 27, 29; Gn 27,33; 27, 39-40). Esaú enfurecido
trama la venganza. Rebeca decide enviarle a oriente, donde su hermano Labán y
le aconseja que no regrese hasta que la ira de Esaú se haya aplacado. Pero ella
no tiene potestad absoluta sobre su hijo. Necesita que sea el padre quien le dé
la orden de partida y de nuevo tiene un plan entre manos para hacer que Isaac
haga lo que ella quiere. Esaú había tomado por esposas a mujeres Hititas[2] y
de eso se vale Rebeca para decirle a Isaac: “Me da asco vivir al lado de las
hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het como las que hay por
aquí, ¿para qué seguir viviendo?” [3] dicho esto Rebeca, Isaac llamó a su hijo
Jacob, lo bendijo y le dio esta orden: “Levántate y ve a Paddán Aram, a casa de
Betuel, padre de tu madre, y toma allí mujer de entre las hijas de Labán,
hermano de tu madre. Que El Sadday[4] te bendiga, te haga fecundo y te
acreciente, y que te conviertas en asamblea de pueblos.
Y
bien, aquí está Jacob. Los episodios de la vida del tercer patriarca ofrecen
una realidad humana poco edificante. En efecto, se asiste a ciertas situaciones
en donde se recurre a procedimientos típicos del campesino astuto (Jacob contra
Labán) o del diplomático mañoso (relaciones con el hermano mayor, Esaú). Jacob
actúa por propia voluntad y está decidido a hacerla con todos los medios a su
alcance. Por ejemplo, le compra a Esaú la primogenitura al precio de un plato
de lentejas.
Aquí
está en juego quién será el portador de las promesas divinas, el padre del
pueblo que poseerá Canaán y en cuya numerosa descendencia se bendecirán todos
los pueblos de la tierra.
Dios
se vale de este hombre duro y rebelde, le bendice y le acompaña adondequiera
que va. Durante su vida el patriarca expía las culpas cometidas según la ley
del talión. Se había mostrado odioso con su hermano Esaú explotando su hambre
(Gn 25, 29-34), pero encontrará en Labán a alguien más odioso que él; en
efecto, el arameo sabrá explotar su necesidad y el amor que Jacob tiene por su
hija (29, 15-20). El patriarca había engañado a su anciano padre (27, 18-21);
por eso, cuando él sea anciano se verá cruelmente engañado por sus hijos, que
le harán creer que José ha sido devorado por las fieras (37, 12-35). Habiendo
reemplazado a su hermano para apropiarse de la bendición paterna (27, 22-40),
él será víctima, a su vez, de una sustitución de persona cuando, creyendo que
se casaba con Raquel, se dio cuenta de haberse casado con Lía por un engaño de
Labán, que de este modo le arrancará siete años de trabajo (29, 21-29). Los
hijos, que constituyen su gloria, son igualmente causa de su dolor, bien se
trate de la violencia de Simeón y de Leví (34, 24-31), bien del incesto de
Rubén (35, 21-22) o de la angustia que le ocasiona la suerte de José y de
Benjamín[5] (42,
30-34).
La
renovación de la alianza con Jacob (Gn 28, 12-14) Era una renovación de la
alianza con Abraham. Las mismas promesas: la tierra, una descendencia y, lo más
importante, una bendición universal por mediación de sus descendientes. Esa es
para nosotros.
Dios
había elegido que fuera Jacob, el hermano menor quien transmitiera la promesa.
Jacob había engañado a su hermano mayor con motivo de la primogenitura, pero
Dios no nos escoge porque lo merezcamos. Jacob sería aquel cuyos descendientes
recibirían la bendición de Abraham. Pero antes Jacob experimentaría en su carne
lo que significa ser engañado (Gn 29, 25-27). Y Jacob fue bendecido. Ha robado
la bendición a su hermano. En toda esta lucha tan humana por la bendición del
moribundo, son los planes de Dios los que en definitiva se realizan; Isaac no
puede recobrar la bendición porque es el propio Dios quien ha actuado por él y
en él, y le ha impuesto su voluntad. De sus dos esposas (la poligamia era
admitida en tiempo de los patriarcas) le nacerán doce hijos que serán los
padres del pueblo de Israel.
Los
hijos de Israel en el orden que aparecen en el Gn 35, 23-26:
Hijos
de Lía: el primogénito de Jacob, Rubén; después Simeón, Leví, Judá,
Isacar y Zabulón. Hijos de Raquel: José y Benjamín. Hijos de Bilhá, la esclava
de Raquel: Dan y Neftalí. Hijos de Zilpá, la esclava de Lía: Gad y Aser. Estos
fueron los hijos de Jacob, que le nacieron en Paddán Aram.
Estos
serían los padres de las doce tribus de Israel.
EL PUEBLO DE ISRAEL
Dios
le dio a Jacob un nuevo nombre, al igual que a Abraham. Lucho contra el Ángel
del Señor y salió victorioso (Gn 32, 10-13). El ángel le bendijo y le dio un
nuevo nombre: Israel[6] o sea, “fuerza de Dios” (Biblia
Latinoamérica, 158ª ed.). Según Flavio Josefo[7],
fue llamado Israel porque había resistido contra el ángel. Israel significa,
“el que luchó con el ángel divino”. Jacob salió vencedor porque Dios quiso ser
condescendiente con sus súplicas (Gn 32, 12-14). Jacob ha luchado a brazo
partido con el mismo Dios, y que ha salido del encuentro mermado físicamente
pero robustecido con la bendición divina, que Yahvé el Dios de los padres le ha
concedido, pero tras una lucha a muerte. Ahora Jacob puede afrontar el
encuentro con Esaú. Quien ha sido fuerte con Dios, con mayor razón lo será con
los hombres.
La
historia de Esaú y Jacob toca a su fin. Tras el fraudulento robo de la
bendición paterna, Jacob ha tenido que huir de la ira de Esaú. Refugiado en
casa de Labán en Mesopotamia, se ha casado y ha tenido sus hijos y se ha
enriquecido (cap. 27), (caps. 28-30). Pero tiene que volver. Esta vuelta encerraba
dos problemas: primero, el de escapar de Labán, lo que se consigue en el cap.
31; segundo, el de encontrarse con su hermano Esaú. Jacob prepara
cuidadosamente este encuentro, enviando por delante mensajeros y espléndidos
regalos, y dividiendo su gente en dos caravanas (cap. 33). Lo que realmente
sucedió se cuenta en este capítulo: o es que Esaú acepta las muestras de
arrepentimiento de Jacob, o no se acuerda de la fechoría de su hermano -que
estaba tan presente en el recuerdo de éste-, o no le da importancia. Al fin y
al cabo, aunque ha tenido que morar, según la bendición/maldición de su padre,
lejos de la tierra fértil de Canaán, y ha tenido que vivir de la espada
(27,39-40), es rico y poderoso. A la vista está que la bendición del padre no
ha sido tan determinante de los destinos como todos pensaban. Después de este
encuentro, Dios se le aparecerá de nuevo a Jacob mientras regresaba de
Padán-Aram y lo bendijo nuevamente, reiterándole las promesas hechas a Abraham
(Gn 35, 9,13).
___________________________________________________________
[1] Ibáñez
Arana, A. op. cit. pg. 158; San Jerónimo, op. cit. pg. 65.
[2] HITITAS
Descendientes de Het, segundo hijo de Canaán (Gn 10,15; 23,3), de los cuales
hace unos setenta años se sabía muy poco. Se han conocido gracias a la nueva
luz de la arqueología. Por el año 1906 se descubrieron, a unos 150 km al este
de Ankara, las ruinas de la capital del antiguo Imperio Hitita. En 1915 se
logró descifrar la escritura cuneiforme hitita y se estableció su origen
indoeuropeo. La cultura hitita no era tan avanzada como la de los egipcios y
babilonios. Sin embargo, los hititas ejercieron gran influencia en el Medio
Oriente por casi setecientos años. Usaban la escritura cuneiforme acádica y su
propia escritura pictográfica. Tanto las artes como la religión de los hititas
eran bastante primitivas. Tenían muchos dioses, a quienes ofrecían
alimentos, bebidas, animales y hombres en sacrificio, y eran muy dados a la
magia y la adivinación (Wilton M. Nelson, op. cit. pg. 619-620).
[3] Biblia
de Jerusalén, 1976, –Gn 12,1-3- (versión digital, www.ebibliotheka.org descargada en
13-08-2013).
[4] Dios
Todopoderoso. En la Biblia Latinoamérica se lee “Dios de las Alturas”. Los estudiosos
han intentado entender el nombre relacionándolo con el
término acádico shadu (montaña); porque Dios reveló su gran poder
con fenómenos relacionados con montañas como erupciones volcánicas o tal vez
porque se le consideraba fuerte e inmutable como las montañas eternas. Por
cierto que un aspecto importante de la religión mesopotámica
fue la asociación de la divinidad con montes. Los hebreos comenzaron su propia
tradición de la revelación a partir de los montes poco después del éxodo, pero
para entonces el nombre El Sadday se había reemplazado por el tetragrama Yahveh
tras serle revelado a Moisés directamente por Dios(Éx 3,6.14; 6, 2-3).W. E.
Vine. Diccionario expositivo de palabras del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Versión digital descargada de www.ebibliotheca.org en 17-08-2013. Pg. 111.
[5] Rossano,
P., Ravasi, G., Girlanda, A. op. cit. pg. 834.
[6] En
Gen, Israel sirve para indicar 29 veces al patriarca Jacob; en siete ocasiones
se usa la expresión hijos de Israel, es decir, descendientes de
Israel. El nombre Israel se utiliza para indicar también a un
grupo más amplio de hombres (34,7; 48,20; 49,7. 16.28). Dios es llamado
"Dios de Israel" (33,20) y Pastor, Piedra de Israel (49,24).
4. Judá,
hijo de Jacob
JUDÁ
Y TAMAR
(Historia
de Judá como hilo conductor en la historia de la Salvación)
La
bella historia de José está interrumpida por este capítulo -38- sobre la
familia de Judá. Quiso el autor advertir al lector que la superioridad de José
no impedirá ser el heredero de las promesas hechas a Abraham, ya que de Judá
habría de provenir el rey David, heredero de las promesas mesiánicas -de
la bendición para todos los pueblos de la tierra-. la historia de Judá es un paréntesis
en la historia de José, solo para ubicarnos en el hilo conductor de la historia
de la Salvación. No debemos perder de vista el carácter fragmentario y
heterogéneo de los relatos bíblicos, presididos siempre por ideas religiosas, y
en este caso se busca los antepasados históricos de la familia davídica. El
estilo del relato es realista, pero por eso lleva un marcado sello de
autenticidad. Los detalles del relato se encuadran perfectamente en el ambiente
cotidiano de la época patriarcal[1].
El
padre de la tribu de Judá va a casa de un cananeo, ve a una cananea y se casa
con ella. Esto se cuenta como la cosa más natural. Qué diferencia con Gn 24,3,
donde se considera un desastre que Isaac se case con una cananea, o con 26,34;
27,46; 28,1, donde ni Rebeca ni Isaac pueden soportar que Esaú se haya casado
con mujeres “hititas”, y evitan a toda costa que lo imite Jacob[2].
La
Ley mosaica no estaba aún dada, y el principio en que se fundaba la conducta de
los patriarcas, a saber, la estima de la propia sangre y el no querer mancharla
con la de los extraños, no podía ser tan poderosa como para obligar a toda la
numerosa familia de Jacob a seguirla.[4].
Es
difícil situar cuándo tuvo lugar este episodio dentro de la historia de los
patriarcas. El texto dice vagamente que “sucedió entonces” que Judá se separó
de sus hermanos. Vemos que una de las tribus de Jacob se separó de las otras
desde el principio. En el canto de Débora no aparece nombrado Judá (Ju 5,
2-31). Aquí Judá se fue a habitar con un hombre de Adulam, localidad de la
parte sudoeste de Palestina, en las estribaciones de las montañas de Judá,
cerca ya de la llanura de la costa, o “sefela.” Allí donde se casa con la
cananea. ¿Cuándo ocurrió esto? ¿Antes de bajar a Egipto con los demás hermanos?
En el texto se dice que tuvo tres hijos, por tanto, hemos de suponer que Judá
habitó en esta región durante mucho tiempo. Como es la parte meridional
(mediterránea) de Palestina, no lejos del delta egipcio, y las comunicaciones
por la ruta de la costa eran frecuentes, muy bien podemos suponer que Judá se
separó de sus hermanos de Egipto y se estableció en la tierra de Canaán.
No
es necesario suponer que los doce hijos de Jacob quedaran todos en Egipto. Lo
más normal es que algunos de ellos, y muchos de sus descendientes, hayan vuelto
a Palestina, sobre todo cuando los egipcios se mostraron adversos a los
hebreos.
Este
relato concerniente a la vida de Judá es sumamente interesante y abre mucho las
perspectivas histórico-geográficas de Israel como pueblo, ya que vemos que una
tribu se separó de las otras en sus albores y llevó vida aparte en la zona
meridional palestiniana. De seguro que también otras tribus hicieron lo mismo,
según la suerte que les haya cabido en el modo de encontrar medio de vida. No
hemos de concebir a las doce tribus como un bloque indiviso que vive
pastoreando en el delta del Nilo. Al crecer y surgir dificultades ambientales,
de seguro que algunas tomaron otros rumbos, y se volvieron a la tierra de sus
antepasados. Una de ellas — lo sabemos — es Judá. Este no tuvo inconveniente en
tomar mujer cananea y cananeas para sus tres hijos. Una de ellas se llamaba
Tamar (palmera). El primogénito de Judá, Er, murió pronto en castigo por unas
malas acciones que no se especifican (v.7). Al (pg 236) morir Er, Judá cumple
con la ley casando a Tamar con su segundo hijo Onán. Pero éste evita dar un
hijo a su difunto hermano. Muerto su hermano sin descendencia, él y sus
descendientes serían los herederos de Judá. Por eso se rehusaba a engendrar un
hijo a Tamar, hijo que después aventajaría en derechos a los suyos. Onán murió
demasiado pronto, lo que se explica porque aquello desagradó a Yahvé, que
castigó a Onán con la muerte. Entonces Judá debía casar a Tamar con su tercer
hijo, Selá. Aquí se trata de la ley del levirato.
LA
LEY DEL LEVIRATO
La
ley del levirato puede decirse que nació del ansia de sobrevivir en la
posteridad. Según esta ley, el pariente más próximo del difunto debía casarse
con la viuda de éste, de forma que el primer hijo que tuviera de ésta fuera
considerado jurídicamente como hijo del difunto y continuador de su nombre. La
finalidad era hacer valer el derecho de propiedad sobre la mujer, que el
difunto marido o sus padres habían comprado con su dinero[6].
Dios
castigó a Onán murió, por no querer dar descendencia a su hermano. Quedando
viuda de nuevo Tamar. Judá, que no conoce la verdadera causa de la muerte de
Onán, sospecha algún maleficio de aquella mujer, pues dos de sus maridos habían
muerto en poco tiempo y pone disculpas: Selá es demasiado joven. Así pues,
Tamar tiene que volver a casa de su padre. Para la viuda, volver a la casa
paterna por no haber tenido hijos era deshonroso y como una maldición de Dios.
Por eso, la vida de la desgraciada viuda era muy penosa y llena de desprecio.
Esto nos dará a comprender el interés de Tamar por tener hijos. Durante su
reclusión murió la esposa de Judá, y entonces Tamar concibió la esperanza de
ser esposa de Judá y tener descendencia de él. Y así procuró hacerse
encontradiza con Judá cuando éste subía a Timná, donde tenía sus rebaños.
La
artimaña de Tamar es muy original. Era la ocasión del esquileo de las ovejas,
en que se solían celebrar regocijos. Tamar esperó a su suegro en el camino
vestida de prostituta, con la cabeza cubierta (v.14), sin duda para no ser
reconocida. Ella se puso a la vera del camino como una cortesana[7].
Judá la solicita y promete en recompensa un cabrito de su rebaño. Quizá Judá en
esto seguía una antigua costumbre cananea (Tamar exige como garantía que le
entregue el sello, el cordón y el báculo (v.18), que eran los objetos más
personales[8].
Toda
persona de algún rango debía llevar consigo un sello para signar los contratos,
bien en el dedo a modo de anillo o colgando del cuello, con un cordón, que es
el caso actual, y el báculo o bastón, cincelado con determinados adornos que
sirvieran para identificar a la personalidad de su dueño[9].
Judá entrega estos objetos personalísimos, sin sospechar la intención de Tamar
que los exigía. Más tarde envió a su amigo Jirá para que llevara el cabrito
convenido a la cortesana, pero no la encontró, y nadie le dio noticias de ella.
Judá se conformó con la pérdida de sus objetos personales, callándolo para que
no se divulgara su acción y perdiera el honor (v.23). Pocos meses después le
comunican que Tamar está encinta. Judá manda quemarla, según la costumbre. A
Judá pertenece decidir la pena contra su nuera, porque legalmente es la
prometida de su hijo menor. En la Ley mosaica se manda quemar a la hija de un
sacerdote que se prostituya, pero en otros casos la pena es la lapidación.
Tamar, cuando era llevada a la hoguera, mandó enviar los objetos personales que
tenía de Judá a éste, para que reconociera la paternidad del hijo que iba a
tener (v.25). Judá los reconoció, admitió su culpabilidad, confesando que Tamar
era mejor que él, ya que debió entregarle su hijo en matrimonio. Pero después
no tuvo relaciones maritales con Tamar, considerando deshonroso casarse con una
nuera.
Tamar
tuvo dos gemelos, que también parecen luchar por la primogenitura antes de
nacer. Uno de ellos, Peres -Fares (según la Bilbia Nácar Colunga-) suplantó al
otro, Zeraj -Zaraj, que había sacado primero la mano. Y se da la explicación
del nombre del primero, Fares (en heb. “rotura, brecha”): “¡Vaya rotura que has
hecho!,” exclama la partera, aludiendo a la violencia con que salió a luz,
deseoso de suplantar a su hermano Zeraj. Como en el caso de Esaú y de Jacob,
también aquí muchos comentaristas ven una alusión a la lucha entre estas dos
colectividades, cuya hostilidad se traslada legendariamente al origen de los
dos supuestos antepasados en el seno materno. De hecho, los descendientes de
Feres son más numerosos que los de Zeraj, y, sobre todo, de aquél había de
nacer David, el rey predestinado de Israel.
En
la genealogía de Cristo según San Mateo, Fares figura entre los antepasados.
Los autores sagrados, fieles a la historia, no se atreven a borrar las manchas
genealógicas. Un autor falsario de la época de la monarquía no pondría como
antepasado de David a uno que nació de una acción fornicaria entre suegro y
nuera, y lo mismo un falsario del Ν. T. habría buscado unos antepasados más
limpios a la ascendencia de Cristo. Pero la historia es la historia, y los
autores sagrados la recogen como está, viendo en sus vicisitudes la providencia
misteriosa de Dios, cuyos inescrutables designios no caben en cálculos
meramente humanos.
__________________________________________________________________
[1] García
Cordero, M. Biblia comentada (Versión de Nácar-Colunga) BAC. Morgan e-books
2010 (libro perteneciente a una biblioteca circulante). Descargado de www.ebibliotheca.org en 06-09-2013. Pg. 415.
[2] Ibáñez
García, A. op. cit. pg. 236.
[3] García
Cordero, M. op. cit. pg. 417.
[4] García
Cordero, M. op. cit. pg. 418.
[5] Ibid.
418.
[6] Herodoto.
Op. cit. CXCVI.
[7] La
prostitución sagrada, un acto religioso pagano en honor de la diosa de la
fecundidad, era practicada en Canaán y fue condenada por los profetas (cf. Os
4,14). El motivo de Tamar no es la sensualidad ni tampoco una intención
religiosa, sino el deseo de tener descendencia, por lo cual será luego alabada.
[8] García
Cordero, M. op. cit. pg. 420.
[9] Herodoto
menciona estos objetos usados por los babilonios como medios de probar su
personalidad (Los nueve libros de la historia. libro I, CXCV versión digital.
Digitado por www.elapeh.com y descargado de www.educ.ar en 30-08-2013.
5. La Historia de José

Imagen:
José en Egipto
Fuente: http://www.sinembargo.mx/wp-content/uploads/2012/01/1_Murillo_Bartolome_Esteban-Joseph_and_Potifars_Wife.normal.jpg
¿Cómo
se manifiesta la providencia de Dios en la vida de José?
La
figura de José como sabio difiere del tipo común. No fue educado en ninguna
escuela -aunque Filón opina diferente-, y llegó de un salto al más elevado
puesto en la administración egipcia gracias a que tenía el Espíritu de
Dios (41,38), o porque Dios le dio a conocer (41,39).
En los caps. 45 y 50, porque tiene los sentidos abiertos para rastrear el plan
salvífico de Dios (45,5b.7-8; 50,20). José no es un joven principal
educado para cortesano. Su perspicacia no aprendida, contrastada con la incapacidad
de todos los sabios cortesanos, es un descrédito para las lecciones de
sabiduría que se impartían en la corte.
Y
bien, vamos a la historia. José tenía diecisiete años. Estaba de pastor de
ovejas con sus hermanos, él, muchacho todavía, con los hijos de Bilhá y los de
Zilpá (esclavas de Lía), mujeres de su padre. Y José comunicó a su padre lo mal
que se hablaba de ellos. Ahora bien, Israel amaba a José más que a todos sus
hijos, por ser para él el hijo de la ancianidad. Le había hecho una túnica de
manga larga. Vieron pues sus hermanos cómo le prefería su padre a todos ellos,
y le aborrecieron hasta el punto de no poder hablarle pacíficamente. Pero las
cosas no quedarían allí. Cierto día, decidieron matarle ocultando su cuerpo en
una cisterna. En un primer momento, es Rubén quien lo salva de la muerte al
convencer a sus hermanos de que no lo mataran. Por eso decidieron despojarlo de
sus ropas y arrojarlo en un pozo sin agua donde, al final de cuentas moriría
sin poder salir -aunque Rubén tenía planes de rescatarlo- a escondidas de sus
hermanos-. Seguidamente, mientras comían, vieron una caravana de mercaderes
ismaelitas, Judá sugiere a sus hermanos venderle como esclavo en vez de
mancharse las manos de sangre. Básicamente, José le debe la vida a Judá. De no
haber sido así, de todas maneras iba a ser salvado por Rubén. Pero en los
planes de Dios, José debía ir a Egipto. Esto lo reconocerá José más adelante.
Así pues, cuando pasó otra caravana de mercaderes, en este caso madianitas,
terminaron vendiéndolo como esclavo a escondidas de su padre (37,27-28). Cuando
Rubén regresó, (Gn 37, 29-30), -parece ser que Rubén se separó del resto por un
tiempo breve- ya no encontró a José en el pozo. Ya no pudo cumplir con el plan
de salvarlo. Matan un cabrito y manchan de sangre la túnica de José para que
Jacob piense que una fiera le ha devorado. Aquí todos, tanto Rubén que quería
salvarle como Judá que sugiere su venta y el resto, son igualmente culpables de
la mala jugada a José. Así es como va a parar a Egipto. Los madianitas lo
vendieron a Putifar, funcionario del Faraón.
Con
la ayuda de Dios se gana la confianza de Putifar y éste es bendecido por causa
de José. Interpreta los sueños del copero y del panadero del faraón (40, 5-23)
y dos años más tarde, los sueños del mismo Faraón (41, 14-26). Faraón lo
recompensa dándole poder. Él que había entrado en Egipto como un esclavo
extranjero, vendido por sus propios hermanos, y hasta había ido a parar a la
cárcel por artimañas de la mujer de Putifar. José no reacciona con la maldad a
la desgracia que le golpea, actitud sin embargo corriente en los seres humanos.
Adopta más bien una actitud de sabio, de la que aquí señalaré dos grandes
características:
- La primera es su solicitud con respecto a los demás: Ésta se transparenta en sus relaciones con los egipcios. Enfrentado al angustioso desasosiego de los funcionarios reales encarcelados con él, se inquieta por ellos y ofrece sus servicios con la esperanza de calmarlos (40,6-8). Del mismo modo, llevado a presencia de un faraón agitado después de una mala noche, no sólo le explica sus sueños, Sino que además le da consejos, como si estuviera preocupado para no dejarle desamparado frente a la desgracia que Dios acaba de anunciarle mediante los sueños (41,33-36).
- La segunda característica de la actitud sabia de José: manera de tratar de arreglárselas, pero no a cualquier precio, como lo muestra su comportamiento frente a la mujer de Putifar Para sustraerse a su desgracia, José da muestras de Inteligencia e Iniciativa. No sólo se muestra como un servidor diligente y eficaz sino que, sobre todo, aprovecha las buenas ocasiones. Habiendo anunciado al copero su próxima rehabilitación, no deja de presentarle su súplica para que Intervenga en su favor y le saque del agujero en que le han metido por error (40,14-15). Pero es sobre todo ante el faraón cuando su agudeza se despliega. Cuando el rey le pide que explique sus sueños, José cumple la orden invocando la figura de un DIOS que concede el don de la Interpretación.
Después
de todo esto, aparece como el administrador de Egipto, casado con una mujer de
la nobleza, que le ha dado dos hijos. La historia de José da pie a diversas
lecturas. Pero su sentido final nos lo da su mismo autor, poniendo lo en boca
de José:
Yo
soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a los egipcios. Pero no se
apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado aquí delante
de ustedes para salvarles la vida. Ya van dos años de hambre en la tierra y aún
quedan cinco en que no se podrá arar ni cosechar. Dios, pues, me ha enviado
delante de ustedes, para que nuestra raza sobreviva en este país: ustedes
vivirán aquí hasta que suceda una gran liberación. No han sido ustedes, sino
Dios quien me envió aquí; Él me ha hecho familiar de Faraón, administrador de
su palacio, y gobernador de todo el país de Egipto (Gn 45,5-8).
No
teman. ¿Acaso podría ponerme yo en lugar de Dios? Ustedes quisieron hacerme
daño, pero Dios quiso convertirlo en bien para que se realizara lo que hoy ven:
conservar la vida de un pueblo numeroso. Nada teman, pues. Yo los mantendré a
ustedes y a sus hijos. Luego los consoló, hablándoles con palabras cariñosas
(Gn 50,19-21).
El
reconocimiento de que la mano de Dios, ocultamente, como ya en otros episodios
de la historia de los patriarcas, sobre todo de Jacob, había sabido escribir
derecho con líneas torcidas, para prepararse, con la semilla de los patriarcas,
un gran pueblo en tierra de Egipto, es el jugo de toda la historia. Además,
esta historia estaba profetizada. Antes de poseer la tierra prometida, los
descendientes de Abraham debían pasar por la esclavitud (de Egipto). José fue
el instrumento de Dios para llevar a su pueblo escogido a Egipto y salvarlo de
la hambruna. Por causa de José los descendientes de Israel se instalan en
Egipto. La muerte de José es el principio de las desdichas del pueblo (aunque
también el cambio de gobierno en el país). Pero todo se enmarca dentro de los
designios de Dios que, sin violentar la libertad del hombre ni atentar contra
su dignidad, conoce su historia de principio a fin. Anuncia sucesos que no
verán quienes reciben el anuncio. Pero ahí entra en juego la fe. Creer en lo que
no se ve. Esperar. Aún en los momentos en los que pensamos que Dios no actúa,
Él se hace presente en nuestra vida, ahí en la cotidianeidad. Él dirige los
hilos de la historia. Si no advertimos su actuar es porque en su infinito
poder, es simple -entiéndase simple = perfecto-. Solo advertimos su acción
cuando hacemos una mirada retrospectiva a nuestras vidas. No seríamos lo que
ahora somos, sin la ayuda de Dios, sin su intervención. En ésta historia -la de
los Patriarcas de Israel en su conjunto-, como en cualquier otra historia
humana, Dios está detrás de las diferentes tramas, aun de las más perversas,
para conducirlas hacia la vida y la salvación. Porque el único Dios, Nuestro
Dios, es Señor de los sucesos de la historia también fuera de la tierra de Canaán y
es también el dueño del tiempo.
Se nos muestra en el texto la descendencia de Abraham, la cual inicia con la promesa que Dios hace a Abram y a su esposa Saray ( Hacer de ellos una gran nación) a pesar de que ambos ya eran ancianos y con pocas probabilidades de ser fecundos; Dios les cambia nombre cuando poco a poco va cumpliendo lo prometido, es remarcable la fe y el amor que siente Abraham hacia Dios, cuando este le pide que sacrifique a su hijo y Abraham lo acepta, como quien se abandona a la voluntad del padre, Dios encuentra en Abraham un hijo obediente y decide enviar a sus ángeles a evitar el sacrificio de Isaac.
ResponderEliminarPodemos contemplar en resumen la descendencia de Abraham y Sara, la cual se ve marcada la lucha entre hermanos por ser patriarcas, al final se nos muestra como se cumplen las promesas de nuestro creador, poniendo a prueba la fe, y se manifiesta su amor inmenso al no abandonarnos y darnos a Jesucristo como redentor.